CAPITULO 1

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Me encontraba sentada sobre las rocas de la playa, viendo el atardecer. El verano se acababa y con ello, se acercaba la vuelta al instituto. Aquel sería mi último año en el instituto y sinceramente, estaba deseando que empezase el año para terminarlo lo antes posible. Mi vida siempre ha sido aburridísima de lo normal que ha sido, aunque supongo que era algo lógico, dado que solo tenía diecisiete años. Convivo con mis padres y mi hermano pequeño en esta maravillosa ciudad de costa, soy una buena estudiante que va sacando el curso por año y tengo una única y maravillosa amiga desde que tengo memoria, Yolanda. Nunca he sido muy popular en el instituto y tampoco pretendo serlo, me conformo con lo poco que tengo porque en el fondo adoro la normalidad de mi vida aunque a veces, me gustaría vivir alguna aventura, como por ejemplo, que el chico que me gustaba desde que tenía memoria también sintiese lo mismo por mí, cosa complicada porque David era un mujeriego.

La voz de mi hermano que me llamaba en la distancia me despertó del trance. Él jugaba cerca, en la arena, con nuestro perro, un precioso labrador marrón que se llama Yaco. Me levanté de las rocas y me acerqué a mi hermano que jugaba bajo la atenta mirada de mis padres. Al parecer, ya era tarde para seguir en la playa y ya habían recogido nuestras pertenencias para volver a casa. Yaco se acercó a mí en cuanto me vio, le hice unas carantoñas y mi hermano me pasó su correa para llevar asegurado al animal, ya que yo era la única que conseguía ponerle la correa sin que él saliera huyendo, ya que no le gustaba la sensación de la correa en su cuello, pero conmigo se sentía tranquilo. Me reí al darme cuenta de que el amor de Yaco era el más sincero y puro que había conocido hasta ese día. Supongo que por eso siempre se ha dicho que el perro es el mejor amigo del hombre, aunque a mí me encantaban todos los animales... o casi todos los animales porque las cucarachas me repugnaban.

Una vez listos, volvimos a casa. Vivíamos a quince minutos de la playa a pie, pero en verano, nos gustaba pasar la mayor parte del día allí a pesar de que mi padre odiaba el sol debido a su piel tan clara y de que mi madre se aburría al pasar tantas horas allí. Los únicos que disfrutábamos allí éramos mi hermano y yo, y a veces, cuando le llevábamos con nosotros porque no siempre podíamos hacerlo, Yaco. Al llegar a casa, nos duchamos por turnos y cuando estuve lista, salí a pasear a Yaco. Aunque había pasado jugando un buen rato, siempre le sacábamos a pasear tres veces al día, antes de desayunar, después de comer y antes de cenar.

Paseaba por el barrio con Yaco, inmersa en mis pensamientos, cuando escuché unas voces fuertes que no sabía de donde provenían. A aquellas horas, aún había chicos de mi edad en el parque que había debajo de mi casa, algunos de ellos, escondidos en la parte más oscura del parque porque estarían tomando alcohol y se supone que estaba prohibido beber alcohol en espacios públicos, pero siempre se saltaban las normas. Yo jamás comprendería qué diversión encontraban bebiendo alcohol, la verdad es que yo jamás lo había probado y no tenía intención de hacerlo en mucho tiempo, ya que la mayoría de los chicos que abusaban de esa sustancia acababan sufriendo problemas de salud y no había necesidad de pasarlo mal por un rato de diversión, ¿no? Yaco empezó a ladrar nervioso, pero no le hice mucho caso y continuamos con nuestro paseo. Entonces, vi salir a una chica de la oscuridad. Salía a toda prisa de allí, parecía disgustada. Ni siquiera se dio cuenta de que se aproximaba a mí y que casi chocábamos, pero la detuve:

-¿Estás bien? –me interesé-.

-Oh, disculpa –se restregó los ojos, secándose alguna lágrima rebelde-.

Y tal como nos encontramos, esta chica se marchó de allí a toda prisa. Era una chica de mi peso y estatura, posiblemente de mi edad, de cabello negro y ondulado hasta la mitad de la espalda, ojos negros como la noche y piel clara. Me di cuenta de que aquella chica me sonaba muchísimo, pero no recordaba de qué. A pesar de que no nos habíamos encontrado en las mejores condiciones, había algo en ella que me llamaba la atención a pesar de que parecía una chica extraña. Yaco siguió ladrando hasta que ella se fue y yo me encogí de hombros ante aquel encuentro tan extraño.

Amor y monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora