CAPITULO 12

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Un fuerte dolor de cabeza me despertó. Abrí los ojos poco a poco, dándome cuenta de que estaba tumbada sobre una superficie cómoda y mullida, una cama. Miré al techo, pero no reconocí el lugar. Llevé mi mano a la cabeza e intenté levantarme al darme cuenta de que no estaba herida. Quizá, lo del comienzo inesperado de la guerra había sido solamente un mal sueño. Sin embargo, cuando intenté ponerme en pie y salir de la cama, me di cuenta de que estaba atada al cabecero de la cama. La desesperación llegó a mí al darme cuenta de que posiblemente, en el caos de la batalla, Maru me había secuestrado. Era la única explicación que encontraba para estar en un lugar desconocido, encadenada. En mitad de mis pensamientos, la puerta se abrió pero antes de que entrara alguien, pude sentarme sobre la cama, dándome cuenta de que las cadenas que me ataban allí tenían cierto tamaño que me permitía alguna libertad de movimiento, pero no ponerme de pie y salir de allí. La persona que entró era un hombre, pero una capucha cubría su cabeza. Cuando se posicionó frente a mí, retiró su capucha y David estaba frente a mí. Fruncí el ceño, sin comprender lo que estaba ocurriendo:

-¿David?

-¿Cómo estás, preciosa? –me dedicó una sonrisa cruel-.

-Encadenada... y deberías sacarme de aquí –le ordene-.

-¿Por qué? Estás justo donde quiero que estés –él me miró de arriba abajo-.

-¿Me has secuestrado? –Enarqué una ceja-.

-Eso suena muy feo, preciosa –rió-.

-¡Estás con el enemigo, eres un traidor! –le acusé, dándome cuenta de lo que estaba pasando-.

-¿No se te ha ocurrido pensar que el enemigo soy yo? –Tiró de las cadenas que me ataban para dejarme tumbada boca abajo, hablándome en susurros-.

-El líder de los demonios radicales es Maru –aseguré-.

-Eso es lo que quería que pensaran los demás y parece que funciono –sonrió-.

-Nos engañaste a todos... El líder enemigo eres tú... ¿Por qué? –quise entenderlo-.

-Me cansé de ser un segundón –se encogió de hombros-.

En ese momento, Maru entró allí. Él miro aquella escena que ocurría en la habitación, negando con la cabeza, con una sonrisa en su cara. Si me paraba a pensarlo, la poca libertad de movimiento que tenía por culpa de las cadenas, parecía darle más poder a David del que se merecía tener jamás; porque de no haber estado encadenada, le habría retorcido el cuello a ese imbécil.

-Suéltame, David –le exigí-.

-¿Por qué debería hacerlo? –se acuclilló a mi lado en la cama, agarrándome del pelo para alzar mi cabeza un instante y volver a soltarme-.

-Un hombre no encadena a una mujer como si fuera un animal –le escupí-.

-Mi intención solo era destronar a Jessica, no destruir el mundo humano... Pero, cambié de planes ante la intransigencia de la reina –explicó-.

-Jessica es mi amiga –Me revolví, sentándome sobre la cama, de nuevo-.

-No se merece reinar –acercó su rostro al mío-.

-¿Y tú sí? –le dije con sarcasmo-.

-Necesito que me hagas un favor, preciosa –dijo tocando mi cabello, pero aparté el rostro-.

-No vuelvas a llamarme así –le gruñí, pensando en que Ray era el único que me llamaba así-.

-Quiero que convenzas a Ray para unirse a nuestro bando. No es que él me caiga bien, sobre todo, porque sé que te ha hecho suya y me gustas mucho, pero es un buen luchador y si Jessica le perdiera, la guerra acabaría ahora mismo con su derrota–concluyo-.

Amor y monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora