CAPITULO 34

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Durante mis 19 años de existencia, jamás me había planteado ser madre. Es más, ni siquiera me había imaginado encontrar a un hombre como Ray que me amase con locura y hubiese deseado convertirme en su esposa con ese fervor, esa adoración que esperaba que no dejase de sentir nunca por mí. Sin duda, ahora nuestra relación estaba atravesando la fase de nuestra primera paternidad. Cuando Jessica revisó al bebé, regresó a la habitación para dejarle con nosotros. Y desde entonces, la aventura con él comenzó. Cuando regresamos a casa con él, le dimos su primer baño, su primera comida, su primer cambio de pañal...todas esas cosas que se hacían con los bebés, pero en las que yo era una novata al igual que Ray. Sin embargo, aunque los primeros días fueron los más complicados, nos fuimos acostumbrando a todas esas rutinas y sobre todo, a disfrutar de Alexander, al que siempre le acortaba el nombre y le llamaba Alex. Y así, comenzaron a pasar los años.

Como decía, había llegado a una nueva fase en mi relación con Ray durante esos tres años. Ambos estábamos encantados con nuestro pequeño y cuando estábamos solos e intentábamos intimar, el llanto de Alexander nos interrumpía. El niño parecía tener un radar para interrumpirnos y lo peor de todo era que solo se tranquilizaba conmigo, en vez de con su padre, lo cual hacía que Ray sintiese incomprendidos celos hacia él. Por lo demás, Ray estaba teniendo demasiada paciencia pero temía que algún día se cansase de aquella situación. No es que no nos amasemos ni que el sexo fuera lo más importante, pero debía reconocer que yo también le necesitaba hasta que escuchaba llorar a Alexander y salía corriendo a calmarle, no lo podía evitar.

Sin embargo, aquella mañana de septiembre, Alexander empezaba en la guardería, con lo cual esperaba que las cosas cambiasen y dejase de estar tan enmadrado, además de poder tener tiempo para mí. Aunque él ya se relacionaba con niños de su edad desde su nacimiento: los hijos de mis amigos, que también eran sus amigos; necesitaba que él también iniciase distintas fases de su vida y empezar a ir a la guardería, relacionarse con otros niños y aprender cosas, era una fase importante. Me costó horrores levantarle esa mañana, pero finalmente conseguí vestirle y hacerle desayunar antes de ir a la guardería, donde Ray nos acompañó. Alexander estaba tan feliz de vernos juntos y tan temprano, que pensó que iríamos a jugar al parque o algo así. Al llegar a la guardería, lo único que le alivió y distrajo fue encontrarse con los pequeños Alf, Jonathan, Natasha y Elizabeth.

-¿Vamos a desayunar? –me propuso Ray, una vez que nos quedamos solos-.

-¿No tendrás problemas por llegar tarde? –dudé-.

-No voy a llegar tan tarde, además no hay mucho trabajo últimamente –se encogió de hombros-.

-Me encantará desayunar contigo –le sonreí-.

-Hace tiempo que no podemos estar solos y tenemos que aprovechar –me guiñó el ojo-.

Asentí ante aquel razonamiento que era una verdad como un castillo. Ray me cogió de la mano y ambos nos dirigimos a uno de los restaurantes del pueblo. Él abrió la puerta para dejarme entrar y tras saludar al camarero, él retiró la silla para ayudarme a sentar. Sonreí al darme cuenta de que Ray no había cambiado su actitud conmigo y que seguía siendo todo un caballero. El camarero regresó tras darnos unos minutos para elegir nuestro pedido, que fue un par de tostadas con un par de zumos de naranja y un par de cafés. El frío se había echado encima aquella mañana y agarré el café entre mis manos para calentarlas, mientras que Ray me observaba con atención.

-¿Va todo bien, general? –llamé su atención mientras dejaba el café de nuevo sobre la mesa-.

-Solo observaba a mi esposa –agarró mi mano por encima de la mesa-.

-¿Y te gusta lo que ves? –le dediqué una sonrisa encantadora-.

-Estás cada día más hermosa, soy un hombre afortunado pero...te echo de menos –me hizo ver-.

Amor y monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora