CAPITULO 50

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Miré a mí alrededor para buscar refugio de la tormenta que se acercaba y vi una casa en la distancia. Me acercaría allí, llamaría a la puerta y pediría refugio a causa de la lluvia. De camino a aquella casa, me dio por pensar que era muy extraño que hubiera una casa en el bosque, aislada en mitad de la nada. Al llegar allí, llamé al timbre, pero no abría nadie. El cielo se volvía cada vez más negro y comenzaban a caer algunas gotas. Entonces, oí un estruendo. No podía ser el estruendo de un trueno, era demasiado pronto. Y no me gustaban las tormentas, por lo que necesitaba refugio lo antes posible. El estruendo se repitió, pero le presté atención. Era un sonido acerado. Recorrí la casa por la parte trasera y vi a dos hombres que únicamente vestían pantalones, dejando su torso al descubierto y que entrenaban con dos espadas gigantes. En aquel momento, no les vi la cara y dudé si pedirles refugio. Entonces, ambos pararon y dirigieron su mirada hacia donde yo me encontraba. Tragué saliva. Eran los hombres más atractivos que había visto jamás. Uno de ellos, era David, mi amor platónico desde que tenía memoria, mi compañero de instituto. Su cabello castaño con reflejos dorados se pegaba a su piel clara debido al sudor y sus ojos verdes brillaban con intensidad cuando nos miramos. El otro chico era altísimo y con buen cuerpo, de piel algo más bronceada, cabello negro y ojos oscuros. Ambos me miraban, esperando que hablase, pero no era capaz. Entonces, David se acercó a mí, quedando a escasos centímetros de mis labios, ya que ambos teníamos la misma altura, la de 1,70metros. Volví a tragar saliva, aquella cercanía me estaba matando, sobre todo, al ver que él acortaba la distancia y sus labios se pegaban a los míos en un sutil beso. Correspondí su beso, cerrando los ojos, sin poder creer que él me estuviese besando y que sintiese algo por mí, eso me hacía ser la mujer más feliz del mundo. Pero, al abrirlos, tenía al otro chico delante de mí. Me alejé unos pasos, buscando a David, pero había desaparecido. La lluvia comenzó, pero casi no lo noté. Aquel otro chico me miraba con intensidad y volvió a acortar la distancia para besarme. Debería haberme alejado, pero mis pies no se movían del sitio. No conocía la razón, pero los besos de aquel desconocido me hacían querer refugiarme en sus brazos...

Nuestros labios se separaron. Parpadeé un par de veces, impresionada ante la escena que atravesó mi mente... ¿Habría ocurrido de verdad o era solamente un sueño? Ray llevó su mano a mi rostro después del beso que compartimos, colocando un mechón de cabello tras mi oreja, mirándome con veneración, como jamás me había mirado ningún hombre.

-Perdoname por asaltar tus labios, sé que no debería haberlo hecho pero no pude contenerme –se lamentó-.

-No te preocupes, a fin de cuentas, eres mi esposo –mordí mi labio-.

-Sí, pero aún no me recuerdas y no debería haberlo hecho –dudó-.

-No te recuerdo, pero estoy convencida de que harás todo lo posible para cambiar eso, ¿o me equivoco? –le provoqué-.

-Haré que me recuerdes y que vuelvas a enamorarte de mí –asintió, agarrando mis manos entre las suyas antes de besarlas-.

Después de ese breve, pero intenso acercamiento, ambos comimos juntos en la habitación de la enfermería, en completo silencio. Nuestras miradas se cruzaban en alguna ocasión, provocándonos sonrisas mutuas. No podía evitar pensar en la velocidad de los acontecimientos, pero si me había casado con él, debía significar algo y estaba deseando que cumpliera su promesa, que volviera a enamorarme.

Después de la comida, Ray recogió las bandejas, dejándolas sobre la mesa y volvimos a mirar las fotografías de aquel álbum. No recordaba absolutamente nada pero ver aquellas fotografías era como ver la película de mi vida, una película que no recordaba haber visto ni vivido, pero que recordaría. Hubo una foto de las que vimos que llamó muchísimo mi atención. Aún parecíamos muy jóvenes y en la foto, salía Jessica junto al chico que decía que era su marido, Ray y yo. Los cuatro estábamos en una piscina y eso me permitió constatar el cuerpo que se ocultaba bajo el uniforme. Sí, sin duda Ray estaba como un tren, tren al que me había subido y que ya había probado aunque no lo recordase.

Amor y monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora