CAPITULO 10

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Aunque intenté ayudar a Ray, no me lo permitió y me pidió que le esperase sentada a la mesa mientras él preparaba la cena. Mientras le esperaba, seguí observando la casa y entonces, vi una fotografía que llamó mi atención. Me levanté y me acerqué a la chimenea, que estaba encendida. En el poyete superior de la chimenea estaba la fotografía de una mujer bellísima de cabello negro, piel clara y ojos azules, una mujer que parecía tener mi edad.

-¿Ella era tu hermana, verdad? –Me acerqué a Ray con la foto en la mano-.

-Sí –asintió-.

-Era preciosa –reconocí-.

-Gracias –volvió a asentir-.

-Nunca me has dicho cómo se llamaba –dudé-...

-Sarah –confesó-.

-No deberías torturarte más por lo sucedido, no fue culpa tuya –le abracé-.

-Lo sé, pero me siento fatal por no haber podido alejarla de amenazas como Josh –se lamentó-.

-Por cierto, ¿de quién es ese piano? –me alejé un poco de él y cambié el tema-.

-Mi madre era profesora de música –me contó-.

-¿Y sabes tocar alguna melodía? –Me pico la curiosidad-.

-Solo conozco una melodía –confesó-.

-Me encantaría escucharte –le dejé caer-...

Ray apagó el fuego de la cocina y me agarró de la mano mientras me guiaba al piano. Él se sentó y me pidió que me sentara a su lado con un gesto de la mano. Y entonces, comenzó a interpretar una hermosa melodía con tanta emoción que hubo un momento en el que cerré los ojos y me concentré solamente en la música. Estaba siendo un momento realmente hermoso y no quería que acabase nunca, pero terminó. Abrí los ojos y miré a Ray, pero le veía borroso y supe que estaba llorando, pero no de tristeza, sino de emoción. Ray llevó su mano a mi rostro y apartó esas lágrimas rebeldes de mi cara.

-Tocas muy bien, ha sido una melodía preciosa –le dije con emoción-...

-Fue la única que me enseñó mi madre, me costó muchísimo aprender a interpretarla –recordó con una sonrisa-.

-¿No tenías talento musical? –bromeé con él-.

-No mucho –me guiñó el ojo-.

-Yo tampoco... En clase de música, me costaba interpretar canciones con la flauta –le conté-.

-Vaya...

Ray me miraba con tanta atención cuando le hablaba que era muy fácil estar con él a solas. Además, cada día descubría cosas nuevas sobre él y todas esas cosas me encantaban.

-¿Cenamos? –le pregunté-.

-Sí, me muero de hambre.

Los dos nos levantamos de aquella silla frente al piano y nos dirigimos a la cocina para sacar la cena. Bueno, en realidad, yo me quedé sentada a la mesa, una vez más por petición del anfitrión. No es que fuera una cena muy elaborada, Ray había preparado un par de pizzas con una botella de vino. Reconocí aquel vino, ya que fue el mismo que pedimos en el restaurante el día que comimos juntos. Me sorprendió que recordase con tanta claridad ese detalle. No pude evitar soltar una sonrisa tonta, pero él se dio cuenta:

-Sé que no es una cena muy elaborada, pero –intentó justificarse-...

-No me reía por eso –le frené-.

-¿De qué te reías? –Quiso saber, mientras se sentaba y empezaba a cortar las pizzas en partes iguales-.

-Me llamó la atención el detalle del vino, fue el mismo que tomamos cuando comimos juntos por primera vez –recordé-.

Amor y monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora