CAPITULO 32

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Fue una de las mejores semanas de mi vida. En ese tiempo, prácticamente no salíamos de la habitación de nuestro nuevo hogar y cuando salíamos solo era para comer algo o para intimar en cualquier lugar que no fuese la cama; como en la cocina, en el sofá del salón, en su pequeña sala de entrenamiento o en la piscina. Era consciente de que estar tan acaramelados y apasionados podría tener consecuencias, pero era ver la sonrisa torcida que me dirigía Ray y derretirme, deseando ser suya una y otra vez.

Justo cuando la semana terminaba, él propuso hacer un rápido viaje a un lugar conocido como la playa de cristal. Al llegar a aquel lugar, me encontré una playa de arena blanca cuya visión se entremezclaba con aguas cristalinas, dándole la apariencia de un cristal. Pasamos un fin de semana muy agradable paseando y disfrutando de la playa, hasta del sexo acuático. Y aún me preocupaba si tanta felicidad no acabaría empalagándome o acabaría algún día. Sacudí la cabeza para borrar esas ideas de mi mente.

Desde una de las hamacas, observé que Ray salía del agua y se aproximaba. Me mordí el labio al ver cómo se acercaba a mí y se posicionaba sobre mi cuerpo para besarme y de paso, dejarme empapada. Ray se levantó con una sonrisa pícara y yo me levanté, muy cabreada porque me hubiese empapado así cuando yo solo quería tomar el sol.

-¡Mira cómo me has puesto! –le reñí-.

-Sé que deseas tomar el sol, pero no desearía que tu preciosa piel se enrojeciese –me sonrió encantador-.

-Te preocupas demasiado... Es normal que en verano la piel se enrojezca a causa del sol –le quité importancia-.

-Me preocupo porque cuando te quemes la piel y te duela, no podré hacer nada para evitarlo –se lamentó-.

-Eres un cielo –besé su mejilla-.

-Entonces... ¿Me acompañas al agua? –me cogió en brazos-.

-Contigo... Voy al fin del mundo –le guiñé el ojo-.

-¡Esa es mi chica! –sonrió-.

-¡Vamos al agua, general! –le sonreí-.

Ambos reímos con ganas y entramos al agua para refrescarnos y jugar salpicándonos agua sin parar de reír. Sin duda, en esa semana, se había cumplido la profecía que él había adelantado y me encontraba mucho más enamorada de él que antes. Me enganché a su cuello para abrazarle dentro del agua y él jugueteó con sus dedos en mi interior. Me mordí el labio, evitando gemir en el agua a plena luz del día.

-Ray, para –le pedí-...

-Estamos solos –insistió-.

-Y en un lugar público por si no te has dado cuenta –me agarré de sus hombros-.

-Eso es lo más divertido –me guiñó el ojo, insistiendo en sus caricias-.

-Ray –me mordí el labio-...

-¡Oh, venga...! ¿Dónde está el espíritu aventurero de mi esposa? –mordisqueó mi oreja-.

-A punto de aparecer si sigues haciendo eso –se me escapó un gemido-.

-Eso es lo que pretendo –dio un último envite con sus dedos en mi interior, haciendo que me recorriera un escalofrío-.

-¿Pretendes hacerme enloquecer de placer a todas horas? –le abracé, encantada con aquel orgasmo repentino en el agua-.

-Por supuesto –me dijo con seriedad-.

Reí y me abracé con fuerza a él mientras salíamos del agua y nos tumbamos sobre las hamacas. Realmente no entendía que estuviéramos solos en una playa tan preciosa como aquella en un día de calor tan horrible como aquel. Ray se quedó mirando al mar, sumido en sus pensamientos; mientras que yo, tumbada en la hamaca y con los ojos cerrados, también estaba inmersa en mis pensamientos. Realmente, la felicidad que sentía a veces me asustaba. Y me preocupaba aún más el hecho de regresar a la rutina, ya que al día siguiente, regresaríamos al reino demoniaco y sería el último día que podríamos disfrutar de nuestra luna de miel, ya que después de eso, él debería regresar al trabajo y yo debería de regresar a la rutina y adaptarme a mi nueva vida con él. Me preocupaba también y de forma constante las posibles consecuencias de nuestra apasionada semana porque aunque no me había parado a pensarlo, era muy posible que por culpa de mi pasión ciega, pudiese estar embarazada y eso me asustaba.

Amor y monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora