CAPITULO 40

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Al llegar al salón real, sonreí con ganas. Estaba ilusionada ante la expectativa de aquella fiesta de navidad y aquella celebración doble del cumpleaños, además, la decoración del salón había quedado perfecta. Alexander se adelantó al salón al ver a todos sus amigos allí, eso sí, no sin antes, darnos un beso a Ray a y a mí en la mejilla. A Ray se le escapó una sonrisa de adoración y me apretó más fuerte a su cuerpo. Ambos nos miramos y le dediqué una sonrisa encantadora, provocando que me guiñase el ojo. Observé al resto de mis amigos, disfrutando ya de la fiesta. Ver a Judith y Dante me alegro muchísimo, ya que no les esperaba. Pero, aún no había llegado Adam y debía reconocer que tenía ganas de verle y conocer a su acompañante.

-¡Muchísimas felicidades, Jake! –Ray le abrazó-.

-¡Gracias, Ray! ¡Felicidades a ti también! –Jake correspondió su gesto-.

-¡Feliz cumpleaños, Jake! –besé su mejilla-.

-¡Muchísimas gracias, Silvia! –me sonrió-.

-He traído algo para celebrar –le mostré la tarta-.

-¡Tiene una pinta increíble! –aplaudió Jessica-.

-Sí, os aseguro que está deliciosa –confirmé-.

-Y Alex la ha ayudado a prepararla –apostilló Ray-.

-¿En serio? ¡Ya estoy deseando probarla entonces! –se relamió Jake-.

-Vamos a guardar la tarta en un lugar fresquito, ¿me acompañas, Silvia? –me pidió Jessica-.

-Claro –asentí-.

Con la tarta entre sus manos, Jessica inició la marcha hacia el fondo del salón real que conectaba con la cocina. Aquella estancia estaba vacía, por lo que Jessica guardó la tarta en el frigorífico y después se sentó sobre uno de los taburetes con expresión preocupada. La idea de dirigirnos a la cocina había sido una buena excusa para estar a solas, aunque esperaba que solo fuera eso y que no se encontrara mal ante su embarazo. Y es que aquel día, no era un día de preocupaciones; sino todo lo contrario, un día de fiesta y muy especial para nosotras al ser los cumpleaños de nuestros maridos.

-¿Te encuentras bien, Jessica? –me senté a su lado, en otro taburete-.

-Tengo algo que contarte –confesó-.

-Sabes que puedes hacerlo con total confianza –le recordé-.

-Esta mañana estuve buscando unos documentos en la biblioteca y encontré cartas apiladas de mi padre, cartas que intercambiaba en su juventud con una mujer que no era mi madre –comenzó-.

Guardé silencio al darme cuenta de la gravedad del asunto. Jessica no me había hablado jamás de sus padres, solo sabía que ellos habían muerto hacía algún tiempo y que su única familia era Alfred. Sin embargo, que descubriese años después que su padre había tenido una amante no había debido ser fácil y la entendía perfectamente porque solo de pensar que eso me ocurría a mí como mujer, me indignaba.

-Antes de casarse mis padres, mi padre tuvo una relación con Elizabeth Kinten. Sin embargo, mi padre tenía un matrimonio de conveniencia con el que tuvo que cumplir y a pesar de que amaba a Elizabeth, tuvo que romper su relación con ella. Años después, Elizabeth se enamoró de Connor Watanabe, el médico que trabajaba en el castillo. Pero, ella también trabajaba allí y cuando mi padre se enteró de que ambos iban a casarse, perdió la cabeza y un día, ellos volvieron a encontrarse a solas e intimaron. Unos meses después, nació Ray. Y en estas cartas que mi padre intercambiaba con ella, Elizabeth le llegó a confesar que Connor jamás descubriría la verdad sobre quién era el padre biológico de su hijo y así fue. Elizabeth siempre les hizo creer a Connor y Ray que eran padre e hijo. Después de eso, ambos hicieron su vida por separado y así fue como años después, nació mi hermano Alfred y nació Sarah, la hermana de Ray –me explicó-.

Amor y monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora