CAPITULO 37

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Era incapaz de cerrar los ojos durante el trayecto de vuelta a casa. Con mi cabeza apoyada sobre el hombro de Ray, observaba el paisaje a nuestro paso en silencio y disfrutando de la cabalgada a lomos del impresionante caballo de guerra de mí marido. Observaba a Ray de reojo, viéndolo concentrado en su tarea y con el gesto relajado. No podía dejar de pensar en la locura que minutos antes había ocurrido en aquel lago y aunque debería haberme quedado satisfecha por recuperar la intimidad con él, mi cuerpo temblaba al recordarlo y deseaba repetir. Me mordí el labio, pensando en miles de formas de contentarnos después, en la soledad de nuestra habitación. Solo necesitaría unas horas para intentar calmar mi ansiedad por él antes de regresar a por Alexander, que estaba con Yolanda y Alfred, en la seguridad del castillo. Me pregunté cómo estaría mi pequeño, ya que habían pasado 10 meses desde que Maru me tendió aquella trampa y en casi un año, los niños cambiaban mucho y ni siquiera sabía si él conocía lo que había ocurrido.

-Necesito saber algo, Ray –llamé su atención-.

-Tú dirás –me animó-.

-¿Cómo has justificado mi ausencia delante de Alexander? –quise saber-.

-Es una buena pregunta... Además, ha sido complicado hacerle entender lo qué ocurría –empezó-...

-No te andes con rodeos, cariño –le pedí-.

-No quise mentirle. Si a mí, como hijo, me hubiese sucedido algo así, no hubiera querido que me mintiesen, por eso le dije a Alexander que unos maleantes te habían secuestrado para pedir un rescate, pero ante su terror, le conté todas tus hazañas de guerrera y se tranquilizó –me contó-.

-¿Mis hazañas de guerrera? –enarqué una ceja-.

-Sí, está deseando verte y que le enseñes todos esos movimientos –rió-.

-Tú fuiste el que me enseñó a luchar –me encogí de hombros-.

-Nuestros entrenamientos eran una gran prueba de autocontrol porque desde que te conocí deseaba besarte, tocarte y –Ray suspiró al recordar-...

-Yo también lo pasaba mal al verte entrenar... Tu torso desnudo me afectaba tanto –confesé-...

-Yo lo pasaba mal cuando te veía morder el labio, conteniéndote –admitió-.

-Ya sé que te encanta ese gesto, te parece sensual –me adelanté-.

-Cuando te muerdes el labio, siempre he sentido ganas de atrapar tu boca con la mía y besarte hasta el cansancio –me dijo con voz ronca-.

-Y me encanta que lo hagas –me sonrojé-.

-Y cuando te sonrojas, me pareces la chica más bonita del mundo –susurró, mordisqueando mi oreja-.

-No deberías hacer eso... Estamos a punto de llegar a casa –le frené-...

-Lo sé... Y no veo el momento de hacerte ver que solo podrás vivir con mis besos y mis caricias –me sonrió-...

-Por eso, te elegí... No podría vivir con los besos y las caricias de otro hombre –le hice ver-.

Ray me dedicó una sonrisa torcida y aumentó el trote para llegar lo antes posible a casa, de la que ya estábamos cerca. Al llegar allí, ambos bajamos del caballo y Ray lo llevó a un pequeño establo que había añadido a la casa un año después de vivir allí mientras yo me dirigía al interior de la casa, tumbándome sobre el sofá, sin poder creer que estuviese de nuevo en mi hogar. Se me escapó una sonrisa tonta, feliz de la vida. Cerré los ojos para relajarme y sentí un cuerpo cálido sobre el mío. Al abrir los ojos, vi que Ray me observaba con una sonrisa y que ya no llevaba su armadura, solo su bóxer. Llevé mis manos a su espalda que acaricié de arriba abajo mientras él besaba mi cuello.

Amor y monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora