CAPÍTULO 43

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Las primeras horas dentro de aislamiento, aunque ni siquiera sé si fueron horas porque allí transcurre el tiempo sin que lo notes, fueron horribles. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan desquiciada, enfadada, con tanto odio e ira en mi interior, con ganas de destruir el mundo con mis propias manos. Golpeé las paredes hasta hacerme daño, seguí pateando la puerta de la celda, sin dejar de gritar hasta que me quedé sin voz. Pero allí nadie me oía, nadie me hacía caso, nadie venía. No entraba nada de luz, no había ni una mísera ventana, solo un colchón en el suelo donde no quería estar.

Por pura cabezonería pasé los primeros días... O quizás fueron horas infinitas. Quién sabe. Pasé esos supuestos primeros días durmiendo en el suelo. Llegué a perder incluso la cuenta de las veces que comía, porque había ocasiones en los que rechazaba la comida, allí el estómago se me cerró y perdí varios kilos.

Me estaba volviendo loca, más de lo que ya estaba de por sí, y no podía permitirme eso. No sé si fueron horas o días lo que me llevó serenarme, darme cuenta de dónde estaba, de lo que acababa de pasar, y de que debía relajarme, pararme a pensar con frialdad y tratar de hacer cosas que me mantuvieran distraída cuando no estaba durmiendo o simplemente tumbada pensando.

Acabé con dolores de cuello y espalda de tantas horas tumbada, y comencé a moverme. No soy de hacer deporte, pero el mes que estuve encerrada ahí dentro, y sé que es un mes porque Cristina me lo dijo en cuanto salí, estuve haciendo flexiones, abdominales, incluso corría de un lado a otro de la pared, a pesar de lo pequeño del lugar.

Eso sí que era una verdadera tortura y no las que me enseñó Bertán. Francesco no se equivocaba al afirmar que los dolores mentales eran mucho peores que los físicos. Aquí la tortura era puramente psicológica, era un "mente vs celda de aislamiento". Y no pudo conmigo el cabrón, a pesar del desastroso inicio. Me repuse, volví a tener más o menos un control del tiempo por las comidas, y conté mis últimos quince días allí dentro.

Algunos días se llevaba mucho peor que los días peores. No hubo ni un solo buen día, por supuesto. Y todo por su culpa. Por culpa de esa mujer que me tocó por abuela. Una no puede elegir la familia, desgraciadamente, pero podemos desecharla en el futuro si no nos vale. Lo que no debería permitirse es que la familia siempre acabe volviendo a tu vida de una forma u otra para jodértela.

Porque mi abuela era y sigue siendo capaz de hacer despertar al demonio que llevo dentro, ese que tanto afirma ver en mis ojos, con su sola presencia. Quizás me ocurre esto porque ella fue la primera en darse cuenta del monstruo que empezaba a crecer en mí y no hizo nada por detenerlo.

Solo lo juzgó. Me juzgó. Lo trató con desprecio. Me despreció. Provocó que el demonio se llenara de odio. Me llenó de odio. Hacia ella. Hacia mis padres. Hacia el mundo. Me convertí en aquello que tanto odiaba para darle razones para odiarme. Razones de verdad. Por eso huyó del vis a vis. Huyó del monstruo al igual que hizo ese fin de semana encerrándome para no tener que verme. Es una cobarde, sabe que no puede enfrentarse a mí. Le doy miedo, sabe de lo que soy capaz.

Con ese último pensamiento salí mucho más reforzada de aislamiento. Salí con mucho más odio, pero también más fuerte, más decisiva, más imparable. En cuanto salí, Cristina me puso al día. La Nena había querido volver a ocupar su posición de poder, pero a Carlota le tenía mucho miedo después de la amenaza por robarle su dinero, y las presas ya no la temían tanto tras la paliza que le di. Estaba prácticamente acabada, muchas de sus chicas se fueron con su enemiga, y las que quedaban solo lo hacían por pena o porque le debían favores, como Maite y Zuleika.

Carlota estaba más crecida que nunca, se había hecho con el juego de apuestas de la Nena, controlaba toda la cárcel y tenía nuevos escondites con dinero repartidos por toda la cárcel. Tenía a un par de guardias corruptos metiéndole cosas en la cárcel que vendía a la presas, y seguía impartiendo el miedo con su sola presencia.

La AjedrecistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora