EPÍLOGO

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Llevo toda la vida esperando que alguien venga y me salve, me ayude a matar a este demonio que me arrebata la vida cada día un poquito más. Esperaba que mi abuela, sabiendo lo que se avecinaba, lo intentara frenar. No lo hizo. Esperaba que mis padres en algún momento se dieran cuenta del problema que tenía su hija e hicieran algo por ayudarla. No lo hicieron. Caterina me acogió sin juzgarme y me colmó de amistad y fraternidad, dos emociones desconocidas para mí hasta el momento. Pero de nuevo, no fue capaz de salvarme. Y finalmente deposité la fe en Naira.

Experimento un cambio radical cuando me hallo junto a su presencia. Ella es la luz que ilumina la oscura cárcel donde el monstruo habita. Le ciega con su luz y le espanta, dejando mi corazón liberado de presiones y odio. Pero en cuanto ella se aleja, la oscuridad vuelve. Por eso quise separarla de mí antes de que pudiera hacerme daño de verdad marchándose para siempre. O antes de que el demonio se hiciera inmune a su luz y acabara tragándola a ella también en su oscuridad. Pero fue Naira la que decidió marcharse y poner punto final a esta historia.

Después de que ella se marchara de la casa tuve que apartar por un momento las emociones y pensar con frialdad, como Daniela. Tenía que deshacerme de cuatro cadáveres y ocuparme de cuatro heridos de bala, cinco si me cuento a mí misma, y además debía liberar a Marina, ya teníamos lo que queríamos.

El plan había salido todo lo peor que se podía imaginar. El inicio fue perfecto, pero la repentina aparición de Francesco y Agnus Dei hizo que todo se fuera a pique. Absolutamente todo. Yo no supe manejarlo bien. Francesco me hizo elegir entre dos opciones y yo me negué a tener que desechar una de ellas.

El caso es que decidí mandar a Caterina llevarse a los heridos a la casona en la furgo de Agnus Dei, y a Daniela y Olaya deshacerse de nuestro coche y luego reunirse con la portuguesa. Yo hice una llamada anónima informando de lo ocurrido. Di la dirección de la casa y me marché dando un paseo hasta el descampado donde aún estaba el cuerpo de Francesco. Hice una segunda llamada para que vinieran también a por él. Tanto él como Laura se merecen un entierro como es debido y no ser enterrados en el primer lugar que encuentre.

Tras esto, estuve un mes en la casona conviviendo tanto con mis chicas como con lo que quedaba de Agnus Dei. Ambas bandas habíamos perdido, nadie ganó en esta partida. Solo ganó Marina y su familia, que volvieron a reencontrarse. Cuando llegó la policía alertada por mi llamada, allí estaba ella, maniatada y amordazada como la dejamos.

Cuando los heridos se recuperaron, me preguntaron qué haríamos ahora, éramos dos bandas rotas, un solo líder y una casa donde refugiar a demasiados criminales juntos. Así que seguí con mi plan, dejé la banda y relegué en Caterina mi cargo de líder, como tenía pensado. Muchos se indignaron, lo veía como una huida, pero la portuguesa conocía esta decisión de mucho antes, y con eso me bastaba. Seguía sintiendo rencor hacia ella por lo que hizo, pero yo tampoco soy una santa como para recriminarle nada.

Al abandonar la casona, me presenté en el piso de Naira. La encontré haciendo las maletas, se marchaba de vuelta a su isla, ella también necesitaba huir y dejarlo todo. Su primera impresión al verme fue de sorpresa, pero luego me hizo saber que esperaba este momento. Me conocía lo suficiente como para suponer que vendría a buscarla otra vez.

—Estás en busca y captura —fue lo primero que me dijo al dejarme pasar.

—Llevo así desde los 18, no es nada nuevo —le respondí sin darle mayor importancia.

—Ya... ¿A qué has venido, Julia?

—A por ti —le contesté igual de directa que lo era ella con sus preguntas, nada de rodeos.

—Puedes volver a irte, entonces.

La AjedrecistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora