CAPÍTULO 3

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Escucho la madera crujir bajo mis pies conforme subo las escaleras que conducen a las habitaciones. Ese sonido me recuerda al mismo que hacía la pequeña escalera por la que accedía al desván, lo que me trasmite una extraña sensación de hogar. El pasillo apenas está alumbrado por varias bombillas, una de ellas parpadeando, a punto de fundirse. En el pasillo veo ocho puertas, solo quedan dos habitaciones libres por lo que dijo Francesco, así que empiezo a caminar mirando cada una.

La primera que encuentro a mi izquierda está cerrada y con un cartel escrito en alemán a modo de advertencia, supongo que dice algo así como "prohibido pasar", esta debe ser la habitación de Bertrán. La segunda puerta, justo frente a la del Káiser, tiene una bandera italiana dibujada, por lo que deduzco en seguida a quién pertenece. Es curioso que justo Francesco y Bertrán duerman puerta con puerta, ambos son los más mayores y más serios, seguro que el jefe confía plenamente en el alemán, será su mano derecha.

Continúo avanzando y en esta ocasión veo ambas puertas abiertas, solo que en una no hay nadie y en la otra se encuentran Bastián y Salazar hablando. Al verme, callan y me saludan muy poco naturales.

 —¿Vas a elegir una habitación? —pregunta Salazar.

Me limito a decir que sí con la cabeza, no terminan de convencerme estos dos, por momentos parecen amables conmigo y otra veces parecen ocultar sus verdaderas intenciones.

 —Esa es la mía —señala el franchute a la habitación de la derecha.

Lanzo un ligero vistazo y alcanzo ver un póster de la selección francesa de fútbol y ropa amontonada en una silla. Sigo avanzando por el pasillo. las siguientes habitaciones que encuentro son la de Caterina y una que está cerrada, podría ser la de Abdel. La portuguesa sonríe al verme y me indica con la mano que pase dentro.

 —As habitações libres están al fondo —me informa —. Esa de ahí es la de Abdel, agora es mejor no molestarle, está haciendo sus rezos.

Además de árabe, es musulmán practicante. Mi madre no soportaría vivir con él bajo el mismo techo, no tenía muy buena imagen de ellos y por un tiempo yo también tuve esos prejuicios por su culpa, hasta que decidí informarme. El saber abre todas las puertas que la ignorancia nos cierra.

 —¿Cuál es la habitación más pequeña? —pregunto con prisas por instalarme de una vez y descansar, noto todo mi cuerpo cansado después de tantas horas sin dormir.

 —La de la izquierda es la más grande y además tiene buenas vistas —responde sin ser exactamente lo que le he preguntado, pero al menos ya tengo la información que quería.

Le agradezco su ayuda y me dirijo directamente al fondo del pasillo y a la habitación de la derecha, la que se supone que es más pequeña de las dos. Las vistas me dan igual, y lo grande que pueda ser me importa aún menos. Desde que tengo uso de razón he odiado los espacios muy grandes, me estresan. Cuando pueda independizarme tendré un piso pequeño, lo suficiente para vivir cómoda. Abro la puerta y descubro una pequeña habitación con una simple cama individual, una mesita de noche y un destartalado armario al que le falta una puerta. Creo que por el momento no sacaré mi ropa de la mochila, estará más limpia aquí dentro que ahí.

La ventana con barrotes da a la carretera, cosa que no me molesta. Enciendo la luz cuando logro encontrar el interruptor y descubro el suelo lleno de suciedad y alguna cucaracha muerta. En una de las esquinas del techo descubro una gran telaraña con una araña doméstica dentro, la típica que encuentras en todas las casas. Verla me recuerda a una igual que vi en el desván cuando era pequeña y que intenté tener como mascota, me encantaba verla tejer y atrapar los insectos que yo misma capturaba en el jardín de casa para darle de comer. Hasta que mi madre la descubrió y la mató alegando que "una araña no es mascota para una niña..." Hija de puta, la odié muchísimo ese día.

La AjedrecistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora