CAPÍTULO 26

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 —Spaguetti, este tipo solo hablará a la fuerza —le dice Bertrán exasperando a nuestro jefe.

Mientras estamos delante del rehén usamos nuestros motes para que no se pueda quedar con nuestros nombres cuando le liberemos. Mariano Rodríguez lleva ya dos días en la casona. En la vieja radio de Francesco hemos escuchado que ya han dado parte de la desaparición y lo están buscando por toda la ciudad. Además, han dado la descripción de nuestra furgoneta, como auguró el jefe, que se niega a deshacerse aún de ella y la tiene escondida en el bosquecillo.

En estos dos días que el viejo lleva aquí, Francesco ha tratado de hacerle entrar en razón mediante el diálogo. Es sabido por todos que nuestro jefe no se caracteriza por ser violento y prefiere hacer las cosas usando lo menos posible la fuerza bruta, pero Bertrán es todo lo contrario y empieza a cansarse de la testarudez del viejo que se niega a darnos sus números de cuenta bancaria en los paraísos fiscales donde mantiene guardado su dinero.

El káiser quiere hacerle entrar en razón a la fuerza, usando esos métodos de tortura que me ha estado enseñando, pero Francesco se niega por el momento, quiere esperar un poco más. Yo entiendo las dos partes; siempre es preferible hacer un trabajo sin derramar sangre, pero si queremos cumplir con la semana de plazo que Francesco nos dio para este secuestro, necesitamos apretarle las tuercas de alguna manera.

Para colmo, este anciano millonario nos ha salido valiente y peleón, no deja de hacer ruidos con las cadenas que hemos tenido que sustituir por cuerdas de esparto, que están haciéndole polvo las muñecas, y tampoco deja de gruñir y sacarse la mordaza cada pocas horas. Incluso para darle de comer o beber se nos complica porque aprovecha para gritar, así que la opción de soltarle para que haga sus necesidades no se contempla, a la habitación ya tenemos que entrar con mascarillas por el olor.

 —Dadme un giorno más para convencerle —pide Francesco mirando fijamente a nuestro rehén.

El viejo no puede vernos, sigue con los ojos vendados desde que le trajimos a la casona, pero Francesco está sentado frente a él junto a una mesa con mi portátil listo para hacer la transferencia. Son 500 mil euros lo que podemos sacarle, nunca habíamos conseguido tanto dinero, por lo que hasta el momento es nuestro golpe más grande.

Mariano Rodríguez se revuelve otra vez en su asiento y ahoga un grito tras la mordaza. Las venas de su cuello se hinchan y se le ponen las mejillas rojas por el esfuerzo. Este hombre es incansable, y a nosotros nos está cansando. Me llevo las manos a los ojos, con ojeras los tengo de estas dos noches de no dormir apenas nada, y Bertrán maldice en su idioma, está deseando entrar en acción.

Francesco le observa impávido, entrelazando las manos sobre la mesa y esperando pacientemente a que deje de gruñir. Sin embargo, lo que ocurre es lo que lleva pasando estos días, y es que el viejo consigue zafarse de la mordaza y gritar con todas sus fuerzas, aunque su voz ya está desgastada y le sale ronca. Este señor empieza a tocarme las narices, me tiene harta de tanto berrido y la ira acaba saliendo de mí.

 —¡YA! —le grito dando un fuerte golpe en la mesa que le hace dar un sobresalto y callarse de inmediato. Me acerco a él de manera impulsiva y le agarro por el cuello de su camisa— Como vuelvas a abrir la puta boca para gritar te arranco la lengua de cuajo —le amenazo más calmada tras el arranque explosivo inicial—. ¿Lo pillas?

El viejo traga saliva mientras gotas de sudor le caen por la frente y asiente nervioso. Al menos le he hecho callar, quizás ahora se preste a colaborar, así que me vuelvo hacia Francesco y descubro que me mira impresionado. Al final ni la diplomacia de Francesco ni la fuerza bruta de Bertrán han sido necesarias, solo necesitaba una amenaza para que se amedrante.

La AjedrecistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora