CAPÍTULO 47

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No me equivoqué en el cálculo de horas que pasaríamos en la carretera, aunque tuvimos que hacer una parada para repostar. Caterina y Abdel aprovecharon para comprar comida que comimos en el coche para no arriesgarnos a ser vistos por nadie, nuestras fotos ya estaban rulando por todos los canales de la televisión. La hora parados comiendo y charlando sobre vanidades vino bien para descansar un poco, pero pronto volvimos a reanudar la marcha.

Ambos se iban turnando para conducir y descansar, y ya anocheciendo llegamos hasta Algeciras, el punto de encuentro con Omar, un amigo de Abdel. Para mi sorpresa, su amigo llegó en una lancha motora, o goma, como le suelen llamar por aquí. Como si fuéramos traficantes, nos montamos en ella y en una hora y pico llegamos a Ceuta.

Allí cenamos en casa de Omar y al amanecer nos metimos en la frontera a pie junto a centenares de porteadores para pasar desapercibidos. Era la forma más fácil de llegar hasta Marruecos, pero también fue lenta y agobiante.

Pasada la frontera, Omar nos presento a Mohamed, su primo, quien nos llevaría en coche hasta Tetuán, ciudad a la que suelen llamar "La paloma blanca". Yo ya estaba maravillada de encontrarme en Marruecos, aquel país del que tantas veces Abdel me había hablado. No se olvidó de la promesa que me hizo y quiso recordármela:

—Te dije que algún día te traería a Marruecos. Marhabaan, Julia —dijo dándome la bienvenida a su país.

Aquella aventura no acababa más que empezar. Nadie sabía ni se podía hacer una idea de que he podido escapar hasta aquí. Lo lógico sería vigilar las fronteras con Portugal y Francia, pero no tanto con Marruecos, por lo que me sentía segura.

En Tetuán pasamos el día, comimos y descansamos en la casa de Mohamed. Abdel me hizo practicar el idioma que tanto me había enseñado en estos años de amistad. A Caterina también se la veía más relajada con la presencia de Cristina. Ella, sin embargo, seguía sintiéndose cohibida e incluso distante.

Puedo llegar a entenderla, está con personas que no conoce, en un país que no ha visitado nunca, con un idioma que no entiende, y siendo buscada por la policía. Yo estaba en mi salsa. Me sentía libre. Aliviada de todos los problemas. En casa.

A la mañana siguiente, bien temprano, Mohamed nos llevó hasta Fez, otras cuatro horas en coche. Al llegar, nos adentramos en la medina y paseamos por un auténtico barrio laberíntico. Si hubiera ido sola me hubiera perdido en pocos minutos, pero Mohamed se conocía todos esos callejones, prácticamente idénticos y con tantas salidas y entradas, como la palma de su mano. Me dejé guiar por él, maravillándome de recorrer esas calles tan estrechas y antiguas que parecían estar sacadas de alguna película.

Allí era difícil verse sola, las calles, bien entrada la mañana, estaban atestadas de gente yendo de un lado a otro, comprando en los puestos del zoco. Las voces se entrecruzaban unas con otras, me llegó a recordar a cuando paseé por el mercadillo del barrio de Laura.

Mohamed quiso enseñarnos su ciudad como si fuéramos turistas en vez de fugitivas recién escapadas de la cárcel. Saberlo no le importo en absoluto, no nos juzgaba, simplemente nos ayudaba por petición de su primo.

Por la tarde salimos de Fez hasta Marrakech, el destino final, la ciudad de Abdel. Allí nos despedimos de Mohamed y nuestro amigo se dedicó a guiarnos. Nos adentramos en el zoco, que se animaba bastante por la noche, y cenamos allí, para finalmente ir hasta la casa de Abdel, donde conocimos a varios de sus hermanos y primos.

Durante estos intensos días de viaje sin parar, llegué a pensar realmente que, más que fugarme me había ido a recorrer un país, porque es lo que estaba haciendo literalmente. Pero la adrenalina se fue bajando y con ello llegaron los punzantes dolores de la costilla lesionada. Esos días había estado aguantando el dolor con el ibuprofeno que Caterina me consiguió, pero empezaba a gastarse la caja y yo no estaba reposando en absoluto.

La AjedrecistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora