Me recojo el pelo con las mechas teñidas de verde, el nuevo color que utilizo para no ser reconocida. La nuca rapada se ha extendido un poco por los lados pareciendo que llevo un peinado vikingo. Desde el espejo me veo la cicatriz que se me quedó formando una curva debajo de mi ojo del incidente que me llevó a abandonar Agnus Dei. Me sorprende lo rápido que pasa el tiempo, pues ya hace cerca de un año de eso.
En todo este año he estado escondida, evitando llamar la atención de la policía, quienes, según leo en las noticias, hace meses que no saben nada de mí. Mejor, que siga así. He aprovechado este parón como unas vacaciones para estar tranquila y amueblar el piso que me he alquilado con el dinero que Francesco ingresó en mi cuenta. Es un piso pequeño, para sentirme a gusto y segura, en pleno centro de Cádiz.
A pesar del peligro de estar en la zona céntrica de una ciudad, me siento más segura así. Puede resultar más sencillo encontrar a una persona en un pueblo de menos de mil habitantes que en una ciudad con más de cien mil. Añadido al hecho de que cada cierto tiempo voy cambiando mi aspecto y salgo poco de casa. Me resulta gracioso que antes no saliera de la casona para evitar ser reconocida como Sara, la chica desaparecida, y que ahora no lo haga para que no me reconozcan como Julia, la criminal.
El caso es que me decanté por las mechas verdes hace unos meses para continuar con la gama de colores que llevo ya usados desde que Caterina me echara mi primer tinte hace tres años. El verde, además, me recuerda al color de la taipán en verano.
Me pongo las gafas de sol, cojo las llaves de casa y salgo con la bici que me compré nada más llegar a la ciudad para moverme sin tener que contribuir a la contaminación del planeta. Este último año me he concienciado mucho, como ya venía haciéndolo con Caterina, sobre el medioambiente, así que evito los medios de transporte, reciclo y consumo poca carne.
En todos estos meses no he hecho ningún trabajo, aparte de decorar mi nuevo hogar, me he dedicado a seguir aprendiendo, vía online, aquellos idiomas que empecé a aprender de mis compañeros, sobre todo el árabe, italiano y portugués. Por lo que las ganas de hacer un nuevo trabajo, de sentir la adrenalina por el peligro, empieza a comerme por dentro, así que bajo las escaleras con la bici a cuestas y salgo en busca de un barrio a las afueras de la ciudad.
Las malas lenguas hablan de este barrio como marginal, donde solo van drogadictos y mafiosos. Ese es mi sitio, sin duda. Allí podré probar suerte con el tráfico de drogas o incluso de armas sin tener que involucrarme directamente en ninguna banda, iré por libre. La ciudad no es muy grande, y con la comodidad de viajar en bicicleta, no tardo mucho en llegar hasta ese barrio.
Una calle antes de llegar, dejo la bici encadenada a una farola para evitar cargar con ella allí dentro. Conforme me voy acercando voy viendo la gran diferencia entre la ciudad y el barrio, con casas más deterioradas, parques con columpios y toboganes oxidados. Descampados llenos de botellas, cristales rotos, condones y jeringuillas. Las calles sucias y con basura acumulada en los contenedores, como si por allí no pasaran barrenderos o el camión de la basura.
Son las diez de la mañana y los pocos niños que se ven van acompañando a sus madres, el resto estarán en clase, consumiendo los últimos días de curso antes de las vacaciones de verano. A pesar de que Andalucía es famosa por su intenso calor, el levante de Cádiz refresca el ambiente un poco.
Paso por delante de un par de bares, pequeños comercios de alimentación, una farmacia y, no muy a lo lejos de donde me encuentro, escucho las voces de lo que debe ser un mercadillo. Decido seguir el griterío y entrar a ese mercadillo. La verdad es que nunca en mi vida he entrado en uno, en mi casa no había esa necesidad de comprar cosas baratas como las personas que vienen aquí. Por lo que observo todo con curiosidad y también cierto agobio. Las calles del mercadillo son estrechas, la gente se agolpa en los puestos, los tenderos no dejan de gritar para vender sus productos y cuando consigo salir de allí, respiro aliviada.
ESTÁS LEYENDO
La Ajedrecista
General FictionJulia es una joven de buena familia, con un padre adinerado que le da la mejor educación a nivel académico. Sin embargo, la educación emocional brilla por su ausencia. En base a esto, la personalidad de Julia se va formando con una clara tendencia a...