CAPÍTULO 7

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Un lejano sonido a blues me despierta, la luz de la mañana ya se cuela por la ventana de mi habitación, escucho los pájaros cantar y los primeros coches dirigiéndose a sus trabajos pasar por la carretera que hay cerca de la casa. Ha pasado una semana desde que llegué a Agnus Dei. Una semana que ha sido toda una ruleta rusa de emociones, y todas contradictorias unas de otras. He pasado más horas socializando estos días más de lo que he podido hacerlo en toda mi vida. Poco a poco voy conociendo a los integrantes de esta banda criminal, sobre todo a Caterina y Abdel, con quienes más trato estoy teniendo.

Bastián y Salazar también suelen revolotear a mi alrededor de vez en cuando, sobre todo cuando nos unimos para comer. El franchute a veces me pone de los nervios, habla por los codos, no calla nunca, y eso me estresa. Mi padre imponía mucho silencio en casa, odiaba los ruidos y las personas muy habladoras, así que supongo que me pegó este hábito de preferir el silencio. Salazar, por su parte, no habla tanto como canta, palmea o taconea. No me gustan los estereotipos, pero en este caso, él es el típico gitano que cumple con todos ellos.

Termino por despertarme y me incorporo en la cama. Francesco hizo buena inversión con el nuevo colchón que me compró, me levanto cada día bien descansada. Miro mi nueva estantería que llegó hace un par de días y leo los pocos títulos que de momento la habitan: El retrato de Dorian Gray, El código Da vinci y Las flores del mal. Todos los traje de casa y me apena haberme dejado los otros casi cien libros que tenía en mi desván. A veces los echo de menos, pero pienso en las cosas que he conseguido y me merece la pena, sin duda.

Aquí me siento libre de hacer lo que quiera, siempre dentro de unas pequeñas normas de convivencia establecidas por Francesco y que yo no tengo problema en acatar, como la de evitar conflictos entre compañeros y respetarse mutuamente. Es extraño que siendo una banda de criminales pueda haber respeto y compañerismo, pero así es, Francesco, o trabaja de esta forma, o cierra la banda.

En la mesita de noche, junto al flexo, se encuentra el libro que el jefe me regaló. En una situación normal me lo habría terminado en un día, es muy corto, pero quiero ganar el reto de averiguar quién es el asesino de Roger Ackroyd y estoy leyéndolo con calma y analizando todo bien. Tengo ya una ligera idea de quién puede ser, pero quiero asegurarme antes de decírselo a Francesco.

Me levanto y me acerco hasta mi nuevo armario que llegó junto a la estantería. De dentro saco una camiseta con el logotipo de la banda Guns and roses que Caterina mandó comprar a Francesco justo ayer junto a otras diez camisetas más de diferentes bandas y cantantes, aparte de varios vaqueros y pantalones pitillos, lisos unos y rotos otros, y finalmente un par de zapatillas vans y unas botas como las suyas, pero de mi número.

Con esa camiseta, un pantalón deportivo de los que traje de casa y ropa interior, me dirijo hasta el cuarto de baño para darme una ducha. De nuevo, en el pasillo, escucho con mejor claridad ese sonido antiguo que te trasporta hasta un club de jazz de los años 40. Sé que esa música sale de la habitación de Francesco, no es la primera vez que la oigo.

Entro en el baño, que sé que a esta hora de la mañana está desocupado. Ya me he adaptado a los horarios de cada uno, sé que Bertrán y Francesco son los primeros en despertarse, Caterina, Abdel y yo somos más remolones y tardamos un poco más, y Bastián y Salazar siempre son los últimos, los más vagos según dice la portuguesa.

Como es mi costumbre me doy una ducha rápida, me visto y bajo a desayunar, no sin antes pegar la oreja en la puerta de Francesco para escuchar más de cerca la música que suena. Es todo tan nuevo lo que estoy viviendo estos días que todo me maravilla, incluso ese estilo de música que apenas he escuchado antes.

Justo en ese momento unos golpes suenan en la puerta de abajo. El silencio se hace en la casa, la música de Francesco se detiene al momento y la puerta se abre, descubriéndome allí. El jefe me mira con el ceño fruncido y moviendo el brazo me manda a la habitación y me pide silencio llevándose un dedo a los labios.

La AjedrecistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora