CAPÍTULO 13

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El reloj de Francesco, sincronizado con el del restaurante del hotel, marca las diez de la noche y el plan empieza a ponerse en marcha. Caterina ya ha desactivado la función de grabar de las cámaras del hotel hace diez minutos tal y como Francesco había planeado, y ahora acaba de apagar las luces del pasillo de la cuarta planta justo cuando las puertas del ascensor se abren.

Como me pasara ayer, tengo la adrenalina disparada y eso me mantiene muy ansiosa por hacer el trabajo rápido y eficaz. Francesco se ha quedado en el restaurante para vigilar que los huéspedes de esta planta no salgan de allí, ya buscará la manera de distraerlos si eso ocurre. Caterina, mientras tanto, vigilará el pasillo y nos hará saber de alguna forma si algún huésped se le ha escapado a Francesco y va a entrar en su habitación.

Abdel y yo empezamos a abrir las puertas con las ya inservibles tarjetas del banco de mis padres, las cuentas se vaciaron mediante un programa hacker de Caterina para que la policía no pudiera rastrear quién sacaba el dinero, y Francesco fue justo dejándome parte del dinero que guarda en su propia cuenta y que me dará cuando cumpla la mayoría de edad. Podría no confiar en su palabra, pero lo hago.

No tardamos más de diez minutos en abrir las siete habitaciones y en seguida nos metemos Bastián, Abdel y yo en las primeras para empezar a saquearlas. En la primera que entro tardo demasiado tiempo para mi gusto en dar con algo de valor, se ve que los huéspedes de esta habitación han bajado con sus mejores galas a la cena de esta noche, porque apenas he encontrado un collar con diamantes y un reloj de alta gama. Nada de dinero en la caja fuerte del que dispone la habitación y, que gracias al aprendizaje con Abdel, no me ha llevado mucho abrir.

Con este pobre botín salgo de la habitación dejándolo todo tal como estaba y cerrando de nuevo la puerta como si nadie hubiera entrado allí. Veo a Caterina cerca de las escaleras, vigilando atenta a cualquier ruido o movimiento que avise de la llegada de alguien. Entro en la siguiente habitación y me dirijo directamente a la caja fuerte, es igual que la anterior, así que tardo mucho menos en abrirla conociendo ya el sistema. En esta ocasión tengo más suerte y saco unos trescientos euros en metálico, un par de anillos que Salazar se encargará de tasar, y una pulsera parecida a la que robé ayer.

Vuelvo a cerrar la caja fuerte y cuando voy a salir de la habitación me descubre el niño pequeño que vi el miércoles en la recepción. Mierda. El niño, de mirada somnolienta, vistiendo un pijama de spiderman y abrazado al mismo peluche que llevaba ese día, me mira curioso, pero sin miedo.

 —¿Eres el ratoncito Pérez? —me pregunta con su aniñada voz.

La tensión que se me había generado de repente con su presencia, disminuye notablemente al comprobar que el niño no me ve como una amenaza. Le miro de forma dulce y me acerco poco a poco a él para no asustarle.

 —Sí, lo soy —digo agachándome para ponerme a su altura,—pero no se lo puedes decir a nadie, es un secreto.

Me llevo un dedo a la boca para que entienda bien lo que le estoy pidiendo, y el niño sonríe feliz e imita mi gesto.

 —¿Me traerás un regalo?

 —¿Se te ha caído un diente?

 —Me se mueve uno —dice mostrándome como una de las paletas está a punto de caer.

 —Se me mueve —le corrijo—, la semana va antes que el mes. Cuando se te caiga entonces vendré a darte el regalo, ¿vale?

El niño vuelve a reír contento y me pide un abrazo. Nunca he sido muy fan de los niños, a decir verdad, los detesto, me ponen de los nervios, no tengo paciencia con ellos. Pero en esta ocasión no puedo negarle el abrazo si quiero que se crea que soy el mágico ratoncito que le trae regalos. Yo nunca tuve algo así en casa, ni siquiera me hacían muchos regalos en navidad o por mi cumpleaños, así que espero que la educación emocional de este niño sea mejor que la que recibí yo y no acabe convirtiéndose en un ladrón o asesino.

La AjedrecistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora