CAPÍTULO 8

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Estoy llegando al final de El asesinato de Roger Ackroyd y cada vez tengo más claro quien creo que es el asesino, está muy claro, cualquiera podría verlo. O no. Quizás lo veo gracias a mi inteligencia y un cerebro mediocre no sabría darse cuenta de las pequeñas pistas que la autora fue dejando a lo largo de la historia. Cierro el libro cuando ya me quedan unas 30 páginas para llegar al final y me levanto de un salto con la intención de contarle a Francesco que ya sé quién es el asesino de la historia. Al abrir la puerta, me llevo un susto al encontrar a Salazar a punto de llamar. Él también se asusta.

 —Ni que me hubieras olido llegar —se queja él.

 —¿Qué quieres? —respondo en el mismo tono, recuperándome del susto.

 —Vamos a jalar ya —me anuncia, haciéndose a un lado para dejarme salir.

 —¿Jalar?

 —Claro, niña, a comer.

¿Ya es la hora de comer? Ni me había dado cuenta, me he enfrascado tanto en el libro y en analizar todo lo que ocurría con los personajes que se me ha pasado la mañana volando, así que tendré que dejar para luego la charla con el jefe.

Cierro la puerta de mi habitación, como acostumbro a hacer desde que llegué, no me gusta dejarla abierta como hacen la mayoría de veces Bastián o Caterina, y acompaño a Salazar hasta el comedor. Durante el camino me dice que se ha enterado que Abdel ha empezado a enseñarme árabe y que él no quiere ser menos, que su idioma caló también merece reconocimiento. Por lo que empieza señalándome el reloj bañado en oro que lleva puesto y del que tanto presume que robó en una relojería de lujo.

 —Esto se llama peluco, ¿y sabes por qué?

Niego con cierto aburrimiento. No es por desmerecer, pero no creo que el idioma gitano sea tan interesante. Aunque la palabra jalar, no ha estado mal como presentación, pero peluco es la típica palabra gitana que todos conocemos.

 —Pues resulta que cuando los Borbones empezaron a gobernar en España, acuñaron las monedas con su imagen en vez de con la cruz que se ponía entonces.

El comienzo de la historia de Salazar llama mi atención. ¿Qué tendrá que ver los Borbones con los relojes llamados pelucos para los gitanos?

 —El rey de entonces trajo de su Francia natal la moda de usar pelucas en la corte y, por consiguiente, en las monedas aparecía el rey con una peluca puesta. A la gente esto le hizo gracia y empezó a llamar a esas monedas peluconas, hasta que llegó la peseta y con ella el cambio de moda, pero tras tantos años usando esa palabra, la población empezó a emplearla para referirse a cualquier cosa de valor al tener relación con la realeza, y se dice que fue el pueblo gitano el primero en referirse a los relojes de bolsillos, por aquel entonces un lujo de ricos, como pelucos. Seguro que estas cosas no te las enseñan en clase, niña.

 —La verdad es que no —respondo llegando ya al comedor.

La historia me ha sorprendido más de lo que esperaba, no imaginaba que el idioma de una etnia tan poco valorada en el país pudiera tener unos orígenes tan interesantes y también inteligentes. Nunca hubiera relacionado los relojes con las pelucas que llevaba Felipe V cuando comenzó a dinastía borbónica en España.

Me acerco hasta la cocina y dejo que Caterina me sirva una ración de espaguetis a la carbonara que el jefe ha decidido preparar hoy. Se le ve animado y me guiña el ojo a modo de saludo al verme.

 —Pasta al dente per me comensales —anuncia él terminando de llenar los platos del resto de compañeros.

Nos sentamos juntos en la mesa del comedor, yo junto a la portuguesa y flanqueada por Abdel, como es ya la costumbre, y empezamos a comer. El plato le ha salido delicioso a nuestro jefe y le felicitamos por ello, incluso Bertrán, al que tanto le gusta la carne, reconoce que su plato está muy rico.

La AjedrecistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora