CAPÍTULO 65

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—¡Feliz cumpleaños!

Naira entra en la habitación del hostal donde hemos quedado con una pequeña tarta de chocolate. Me regala su preciosa sonrisa y deja la tarta en la pequeña mesa de la estancia para darme un fuerte abrazo. A pesar de que odia tener que vernos en la clandestinidad, prefiere tomarlo con el mejor humor posible y celebrar mi cumpleaños con toda la normalidad posible.

—Espero que no se haya derretido por el camino —comenta mientras saca la tarta de la caja y la pone en la mesa—, está haciendo mucho calor.

—Incluso derretida estará rica, es chocolate.

Naira sonríe mientras busca algo en su bolso.

—Ya hace tres años que nos conocimos, ¿lo recuerdas? —pregunto sacando de la pequeña nevera que tiene la habitación unos refrescos.

Más que mi cumpleaños prefiero celebrar el tiempo que hace que nos conocemos, ha pasado increíblemente rápido y me jode calcular el poco tiempo que hemos pasado juntas realmente en estos años, y que parte de él haya tenido que ser separadas por un cristal. Pero ahora estamos aquí, y eso es lo que importa.

—Nunca lo olvidaría —responde ella sacando los números dos y cuatro de su bolso para ponerlos sobre la tarta—. Me encantaría repetir ese momento —reconoce con melancolía.

Me acerco hasta ella y aparto con dulzura varios mechones que le caen sobre la mejilla para darle un beso mientras enciende las velas concentrada. Me quedo mirándola, o me pierdo en ella, en su belleza tan sencilla. Una vez escuché que para querer a alguien, primero hay que quererse a sí mismo. Yo no sé si me quiero, pero sí sé que la quiero a ella.

No he necesitado convivir a su lado, ni tener las mejores citas del mundo, ni verla continuamente, ni celebrar San Valentín, ni llevar una relación "normal" como suele llevar la gente "normal". He aprendido a quererla en la distancia, con profundas conversaciones sobre la vida y las personas, sobre nosotras mismas, en parques escondidas de miradas que pudieran identificarme o en salas de vis a vis. He aprendido a amarla en hostales baratos y pequeños, pero acogedores y perfectos para nosotras. Celebrando cumpleaños sin una gran fiesta, solo una tarta, unas velas y nosotras solas. O incluso en una sala de vis a vis.

—Algún día —le prometo, aunque ni siquiera sé si podré hacerlo realidad.

—¿De verdad? —cuestiona Naira mirándome con ilusión.

—No sé, quizás sí.

—O quizás no.

Esa ilusión que había surgido de pronto en ella, se ha desvanecido de nuevo, aunque lo disimula con una amarga sonrisa. Claro que me encantaría volver a estar con ella en esa azotea en Marrakech viendo las estrellas y quedarnos despiertas hasta ver el amanecer juntas. Pero es algo que ninguna de las dos sabe a ciencia cierta si se volverá a repetir.

Naira me pide que piense en un deseo y sople las velas a la vez que ella me canta el cumpleaños feliz. Me siento avergonzada por esto, odio que me canten porque nunca sé qué hacer. Si pienso en qué deseo pedir, el único que se me ocurre es el de celebrar otro cumpleaños con Naira.

Es extraño, pero acabo de recordar cuando le dije en una ocasión a Caterina que si algún día me enamoraba, me pegaría un tiro. Debo estar enamorada para que el único deseo que se me pase por la cabeza pedir sea el amor de una persona. Yo, amor, eso de lo que tantas veces he renegado por un miedo originado en la infancia y por una falta de él durante muchos años de mi vida. Ahora no me pegaría un tiro ni de coña. Sigo teniendo ese miedo a perderla, pero prefiero correr el riesgo y vivir todo lo que pueda a su lado.

La AjedrecistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora