CAPÍTULO 35

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Laura me dio las señas de la ferretería que regenta el hijo mayor del patriarca de los Vázquez. Nada más abrir la puerta el tintineo de una campanita anuncia mi llegada. En seguida aparece en el mostrador un chico de no más de treinta años vistiendo un polo azul a juego con unos vaqueros del mismo color. Del cuello le cuelga una cadena gruesa de oro con una imagen de la Virgen del Rocío.

La ferretería no es muy grande, pero el poco espacio que tiene lo aprovecha bien llenándolo de todo tipo de material que cualquier aficionado del bricolaje, electricidad, cocina o jardinería pueda encontrar. Tiene dos estanterías a la derecha y otras dos a la izquierda, abarrotadas de todo tipo de artilugios como tijeras de podar, taladros, sartenes, cuchillos, alicates, cintas métricas, martillos, palas, cintas adhesivas, sierras, tijeras, brocas, cuters...

Al lado de la puerta hay rollos de metros y metros de césped artificial, alfombras de todos los colores y diseños, manteles para la mesa, valla metálica y cubos de diferentes litros.

Debajo del mostrador se guardan tras una larga cristalera todo tipo de destornilladores, tornillos, anillas, juego de llaves, pilas. Detrás de la barra, en la pared, se encuentran colgados llaves inglesas de todos los tamaños disponibles, brochas para pintar y pistolas de silicona.

Esto es lo que me recuerda precisamente que el clan de los Vázquez trafica con armas, lo cual los convierte en personas peligrosas. El chico me mira con rareza, como si fuera la primera vez que una joven de 19 años entrar en su tienda. Y quizás sea así, pero desde luego lo que no espera es que me acerque hasta el mostrador con seguridad y le diga que tengo algo que a él y a su padre podrían interesarle.

 —¿Qué dices, chica? —espeta él mostrando chulería y observándome por encima del hombro.

Del bolsillo del pantalón saco mi móvil y le muestro una foto de las cajas de bebida que le pedí a Caterina que me pasara. El chico duda de si echar cuenta de lo que le muestro, pero después mira con detenimiento la foto, frunce el ceño y a continuación me mira a mí con un gesto muy distinto al de hace unos momentos. Ya no hay superioridad en su forma de gesticular, sino prudencia.

 —Hace varias noches los Junqueras descargaron estas cajas de alcohol traídas de una cala de Conil. Mi gente y yo nos hicimos con ellas, deben estar muy cabreados por el robo, pero no saben quién lo ha hecho. Soy nueva aquí y pocos me conocen, pero yo os conozco a todos, te lo aseguro. Sé a qué se dedican los tres clanes que pujan por hacerse con todo el control del barrio, sé vuestras alianzas y enemistades, y me gustaría aportar mi granito de arena con un pequeño negocio. Por eso me gustaría hablar con tu padre, que seguro será el líder de tu clan.

El chico, tras mi discurso, me mira atónito y tarda unos segundos en reaccionar. Mira a todos lados, me mira a mí, parpadea, traga saliva y se pasa una mano por la frente y luego baja al cuello.

 —A ver, eh... ¿Quién eres?

 —La que va a hacer que le deis en los morros a los Vargas como una pequeña venganza por la reyerta que costó la vida de uno de los tuyos. ¿Vas a llamar ahora a tu padre?

Su pelo castaño y rizado se enreda en los dedos de él al pasarse la mano nervioso. Mira a su derecha cuando escucha un ruido, que yo también he percibido, y no tarda en aparecer un hombre alto, con una exagerada barriga, ojos pequeños y verdes, pelo canoso y un poco cojo.

 —Ramón, cierra la tienda —le ordena Vázquez padre, no hay que ser muy lista para saberlo.

Su hijo sale del mostrador y hace lo que le ha mandado su padre. Éste, mientras tanto, me pide con una mano que le siga. Rodeo el mostrador y camino entre las llaves inglesas y destornilladores hasta las entrañas de la tienda. Allí encuentro cajas y cajas hasta los topes de herramientas que reponer en las estanterías cuando se acaben. En el centro de la pequeña sala, una mesa de trabajo grande y robusta alumbrada con una lámpara baja con una bombilla que está floja y parpadea cada poco tiempo.

La AjedrecistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora