CAPÍTULO 18

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No pude librarme de las preguntas de Caterina sobre la chica de Granada, se interesó por saber cómo fue la inesperada cita y yo no tuve mayor problema en contarle que nos besamos y nada más. Al principio se ilusionó con la idea de verme socializando con más personas que no fueran mis compañeros de banda, pero en seguida se extrañó que me fuera después de besarla y me ha insistido en que vuelva a verla. Ni siquiera sé cómo podríamos vernos de nuevo, no tengo su número de teléfono ni sé dónde vive, pero la portuguesa me ha asegurado que no será un problema encontrarla.

La verdad es que no sé si tengo ganas de volver a verla o si quiero empezar una relación con ella como me anima a hacer Caterina. No la conozco más allá de saber su nombre, edad y de donde es. ¿Puedo salir con una desconocida? ¿Realmente quiero salir con ella porque me gusta o simplemente por hacerlo? ¿O por contentar a Caterina? No sé, tengo mil dudas al respecto y no es este el momento de resolverlas.

Ya ha pasado una semana desde esa fiesta y en estos días mis pensamientos han estado centrados en el plan que Francesco nos explicó hace unos días para llevar a cabo el que será mi segundo trabajo en Agnus Dei. En principio me parece algo complejo y con riesgo de que la policía nos descubra, estaremos más expuestos que la última vez, pero si sale bien nos podemos llevar un buen botín.

El furgón negro se mete en un callejón oscuro, estrecho y con una salida por donde avanzaremos una vez acabe el trabajo para dar un rodeo y despistar a posibles patrullas de policía. Todo está bien pensado, como la última vez. Antes de salir de la furgoneta todos nos ponemos guantes para evitar dejar huellas, Caterina y yo nos recogemos el pelo y además añadimos un complemento para mayor seguridad: unos pasamontañas. Esto sí que me recuerda a una banda criminal de las que salen en las películas, quizás tampoco haya gran diferencia entre la realidad y la ficción.

Una vez listos, comprobamos que no hay nadie en la calle para encaminarnos hacia la joyería que pensamos atracar. Son las 3 y media de la madrugada de un martes, principios de semana donde no hay gran actividad a estas horas como podría haber durante un finde entre la gente joven. No haremos alunizaje como pensé en un principio, sino que Abdel y yo nos encargaremos de forzar candados y cerraduras de manera rápida y efectiva.

Una vez dentro, las alarmas empezarán a sonar y Caterina se encargará de destrozar las cámaras de seguridad para que graben lo menos posible. El resto nos dedicaremos a arramplar con todo lo que pillemos. En diez minutos debemos estar en la furgoneta si queremos evitar encontrarnos con la policía.

Para abrir los candados, y no tardar mucho tiempo, vamos a lo fácil: usamos un corta cadenas. Abdel es el encargado de romper el candado y Bertrán de abrir la verja sin que le suponga gran esfuerzo. Me cuelo dentro en seguida y empiezo a maniobrar con las ganzúas para forzar la cerradura. Abdel me anima observando el trabajo por encima de mi hombro, me da unas indicaciones y en menos de tres minutos la cerradura cede y las puertas se abren.

 —Estamos dentro —anuncio dejando pasar primero a Caterina para que se deshaga de las cámaras de seguridad.

En cuanto la portuguesa pone un pie dentro las alarmas empiezan a saltar. Caterina, con un bate que compró hace un par de días de segunda mano, destroza las cámaras y los sensores de movimiento, pero la sirena de la alarma continúa sonando a todo volumen. El dichoso ruido me martillea, pero me niego a que eso me perjudique en la misión.

Tras Caterina entra el resto menos Bertrán, que se queda afuera vigilando por si llega la policía antes de lo esperado. El bate pasa a manos de Salazar que rompe la cristalera que protege los anillos, las pulseras y las cadenas, y mientras lo guardamos todo en la mochila de Francesco, le pasa el bate a Bastián que rompe los expositores de los relojes para meterlos en su mochila.

La AjedrecistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora