Un pasillo, no tan extenso como el de la entrada a la cárcel, se abre a mi paso en el módulo seis. La galería es estrecha y cuenta con dos pisos a los que se accede mediante una escalera de caracol. El techo es muy alto y de metacrilato transparente por donde se filtra la luz solar. A los lados del pasillo las puertas de las celdas permanecen abiertas a estas horas, por lo que la gran mayoría de presas está pululando por todo el módulo.
Nada más entrar ya me estoy agobiando, es muy diferente de las otras cárceles donde he estado. Esta es fría y pequeña, las presas se amontonan a mi alrededor mientras el funcionario me acompaña hasta la que será mi nueva celda. Muchas de las presas me miran recelosas, otras con asco. Algunas ya me amenaza con cortarme el cuello, y otras con empotrarme contra la pared. Vamos, lo que es una calurosa bienvenida.
Mi nueva celda es igual de pequeña que el resto del módulo, y solo tiene espacio para dos camas, nada de literas, pues el techo no da la altura necesaria. Al menos solo tendré que convivir con una presa y no con tres. Sin embargo, aquí no hay mesas ni sillas donde echar el día. Aquí es el suelo o la cama, no hay más.
Tras dejarme en la celda, el funcionario se va y allí me quedo sin saber muy bien qué hacer. Me fijo en que una de las camas está mejor hecha que la otra y decido que esa será la mía, la otra debe ser la que está ocupada. Me siento en el mullido y ruidoso colchón, pongo los codos sobre las rodillas y me tapo la cara con ambas manos. Suelto un largo resoplido y trato de poner la mente en blanco. Necesito de mi templanza y sangre fría. Voy a salir de aquí, pero esto es peor de como lo imaginaba.
El bullicio no me deja escuchar lo que pueda ocurrir a mi alrededor, así que me sobresalto al notar una mano en mi hombro. A punto estoy de soltarle una hostia a la presa que me ha tocado, pero me detengo en el último momento al ver de quién se trata.
—¡Me cago en tu estampa, Laura! ¡Qué susto!
—¿Así me recibes después de un mes sin verme, jefa? —me recrimina ella en tono divertido.
Laura, apoyada en sus muletas, se pone a reír por el susto que me ha provocado su repentina aparición. Me pongo en pie y me percato del bulto que se le forma en la pierna derecha por el vendaje que está bajo el pantalón del uniforme. La niña abre los brazos, extendiendo con ellos las muletas, y me regala una sonrisa tan grande que me invita a concederle ese abrazo.
—Me alegra verte, Julia —dice soltando sus muletas para abrazarme con fuerzas.
—Y yo, niña. No tenía esperanzas de encontrarte aquí.
—Ya te dije una vez que el destino no quiere que me separe de tu lado —comenta separándose un poco, pero sin dejar de agarrarse a mí.
—Bendito destino entonces —admito recogiendo las muletas para que pueda apoyarse—. ¿Cómo estás?
—Bien —Laura se sienta con cuidado en su cama y se pone una manta bien doblada bajo la pierna a modo de cojín—, me sacaron la bala, me curaron y me trajeron aquí.
—Ya sabes lo que es recibir un balazo —le recuerdo aquella conversación que tuvimos cuando nos reencontramos en la otra cárcel.
—Sí, y no es nada agradable —reconoce ella con una mueca de desagrado—. ¿Qué tal tú? Te metieron en aislamiento, supongo.
—Sí, he estado todo este tiempo en el agujero. ¿Ha pasado un mes?
—Sí, un mes. ¿Estás bien? —me pregunta preocupada cuando me siento a su lado.
—Ahora que he salido de allí, sí. ¿Por aquí cómo están las cosas?
—Pues no mejores que en el agujero. Hay una presa que no me deja en paz desde que llegué. Lo que pasa es que como voy con las muletas, hay una funcionaria que suele estar pendiente de mí todo el día. La verdad es que es buena gente —reconoce con una pequeña sonrisa—. Ven, te voy hacer un tour.
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La Ajedrecista
General FictionJulia es una joven de buena familia, con un padre adinerado que le da la mejor educación a nivel académico. Sin embargo, la educación emocional brilla por su ausencia. En base a esto, la personalidad de Julia se va formando con una clara tendencia a...