CAPÍTULO 70

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Comienza un nuevo día en La Ejemplar, han pasados dos días desde el amotinamiento y mi intento de fuga fallido. Para mi sorpresa no me metieron en aislamiento. Ni a mí ni ha nadie, no hay celdas para tantas presas. Pero sí nos han dejado un mes sin patio, que aunque pueda parecer una tontería, esa hora respirando aire fresco es un lujo que nos han arrebatado.

El ambiente está caldeado desde entonces, las presas están más cabreadas que nunca y la mayoría ni siquiera conoce la razón del motín. ¿Pretendían una huida colectiva? Hubiera sido muy épico, pero la realidad es que es casi imposible que eso ocurra.

Por suerte, gracias a ese inesperado motín, pude encontrar algo bastante interesante y que me servirá de ayuda para escapar. Por fin veo una pequeña salida en esta cárcel casi infranqueable. Un mapa de la cárcel. Un mapa bien detallado con todas las zonas del centro penitenciario. Seguro que entre tanta seguridad hay un resquicio por donde poder pasar y decir adiós a este infierno. Necesito ese mapa.

Estoy sacando de mi neceser la pasta de dientes para ir al baño cuando irrumpen en mi celda varias presas que me golpean en el estómago y me llevan por la fuerza hasta la segunda planta. Laura, que no le ha dado tiempo a reaccionar tampoco, me sigue todo lo rápido que su pierna le permite correr.

Sin miramiento alguno, me empujan contra el suelo y casi beso unas sucias zapatillas. Levanto la vista y veo a Lorena observándome con aires de superioridad.

—¡Julia!

Las presas que me han traído sostienen con fuerza a Laura para impedir que pueda interponerse entre Lorena y yo. Esto es entre nosotras. El problema aquí es que Lorena tiene muy distorsionada la realidad, si se piensa que ella es el gallo de este corral, se equivoca. Por eso no me interesa un enfrentamiento con ella, es una pérdida de tiempo. Me pongo en pie, apretando con fuerzas la pasta de dientes, bien usada puede ser un arma.

—Me jodiste el motín —me reprende enfadada y dándome con el dedo en el pecho—. Tenías que haberte quedado en tu maldita celda y dejar a las mayores trabajar. Pero no, tuviste que meter tus narices en la bulla, no podías estarte quieta.

—Tu motín era estúpido —le rebato tensa—, como tú.

Lorena hace un ligero movimiento con la nariz como un perro empezando a enseñar los dientes.

—¿Qué pretendías hacer, tirar una puerta de hierro abajo? —Sin que se de cuenta empiezo a desenroscar con los dedos el tapón de la pasta de dientes— ¿Cómo pensabas enfrentarte a los funcionarios sin armas? Tu motín hubiera salido mal, me hubiera metido o no. No tenía ni pies ni cabeza.

—Éramos más y teníamos la situación controlada hasta que la chispas te vio entre nosotras y mandó a los funcionarios usar las pistolas táser sin ningún miramiento —replica ella acortando distancias conmigo.

No pienso dar un paso atrás, si es lo que pretende que haga. Esta imbécil no me da miedo.

—Se pensaba que tú eras la líder del motín —dice con un deje de burla, cuestionando mi valía—. No sé qué peligro te ven para que estén tan pendientes de ti, solo eres una niñata malcriada.

—Ya, y tú las neuronas te las dejaste en el vientre de tu puta madre, ¿verdad? Así se explicaría lo gilipollas que eres.

—Julia, tranquila —oigo decir a Laura detrás mía.

Y eso es lo último que escucho antes de que Lorena, en un rapidísimo movimiento al que no me da tiempo interceptar, me empuje la cabeza fuera de la baja barandilla. En un maldito segundo me veo medio cuerpo inclinado hacia abajo, la sangre me llega al cerebro y me viene un mareo. Las presas que se encuentran abajo empiezan a gritar. Un funcionario al ver lo ocurrido viene deprisa para detener esto. Tras la barandilla puedo ver a Laura forcejeando con las amigas de Lorena para intentar ayudarme.

La AjedrecistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora