CAPÍTULO 23

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 —Te haces mayor, niña —me dice la portuguesa al ponerse a mi lado y ver que su hombro y mi hombro están prácticamente a la par.

Antes me sacaba una cabeza, pero en este último año he pegado un estirón. No solo he crecido en estatura, mi cuerpo también ha cambiado. He dejado de ser enclenque y menuda a ver, desde el espejo de Caterina, un cuerpo esbelto y completamente formado de mujer. En estos casi dos años que llevo en Agnus Dei he pasado de ser una simple adolescente a encaminarme a la adultez.

 —¿Vamos? —me pregunta saliendo ya de su habitación.

Termino de ponerme la chaqueta de cuero que Caterina me regaló y miro una vez más el nuevo piercing que me ha comprado por mi 17 cumpleaños. Se dispone a llevarme al local donde conocí a la granadina, ya hace un año de ese día y quiere pasar esta noche conmigo, lo que no estoy segura es si quiero pasarlo yo con ella.

Salimos de la casa y nos montamos en el coche de Salazar, el que usamos ahora cuando vamos a hacer algún recado para no exponer el camión de la banda. Tras nuestro último trabajo alguien nos vio entrar en ella y huir del bingo, así que su descripción y matrícula están apuntadas en la comisaría, y aunque Francesco la ha modificado un poco, preferimos mantenerla escondida en el bosquecillo hasta que la necesitemos para un futuro trabajo.

Caterina arranca a la tercera o cuarta vez que pone en marcha el desastroso coche. Cada vez disfruto más de los trabajos que hacemos, que son muy pocos y prolongados en el tiempo. Hace ya casi medio año que no trabajamos y eso me tiene muy aburrida. Cada pocas semanas le pregunto a Francesco si tiene algún nuevo trabajo, si tiene algo pensado aunque sea, si vamos a trabajar de una vez.

La última vez que le pregunté se enfadó por mi insistencia y tuve que explicarle mi aburrimiento y mis ansias por sentir esa adrenalina. El jefe me miró sorprendido y dijo que estaba creando una peligrosa adicción al peligro, valga la redundancia, pero no le di importancia alguna, no puede ser peligroso algo que te hace sentir viva.

 —¿Tienes ganas de verla? —me pregunta Caterina casi llegando al local.

 —Pss... —digo encogiéndome de hombros.

 —¿Vuestra relaçao va mal?

¿Relación? ¿Se puede llamar relación sentimental a lo que Carmen y yo tenemos? Nos vemos de vez en cuando y solo para tener encuentros sexuales. No hay amor, al menos por mi parte. Ni siquiera le tengo gran aprecio, es bastante ignorante, no sabe de nada, me aburre y desespera a partes iguales hablar con ella. Si sigo viéndola es solo por... Ni siquiera sé el por qué.

 —Ni bien ni mal —respondo viendo ya el cartel de neón del local—. No va. No somos novias, solo nos lo pasamos bien juntas.

Caterina hace una mueca disconforme y prefiere callarse lo que piensa, aunque lo intuyo. Seguro que ve fatal que solo mantenga una relación sexual con esa pobre chica que parece estar muy ilusionada conmigo. Y tiene razón, no debería continuar con esto. De hecho, voy a cortar lo que sea que tengamos esta misma noche. ¿Para qué seguir con alguien que no me aporta nada interesante en mi vida? Es una pérdida de tiempo.

La portuguesa aparca y, antes de abrir el seguro de la puerta, me mira seria.

 —¿Qué?

 —Não le hagas daño a Carmen, não se merece a alguém como tú.

 —¿Como yo? —inquiero molesta.

 —Sabes a lo que me refiero —dice endureciendo el gesto—. A veces parece que não quieres a ninguém en el mundo más que a ti misma. Não solo has cambiado físicamente, Julia —cuando Caterina me llama por mi nombre y no por mi mote es porque me está hablando muy en serio—, tu personalidad também está adoptando unas tonalidades muy oscuras que não me gustan.

La AjedrecistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora