CAPÍTULO 38

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Y así es como acabas. Con un uniforme gris, súper soso, con un numerito para identificarte y en una celda compartida con tres presas más que pueden estar peor de la cabeza que tú. Claro que entrar aquí tampoco ha sido un camino de rosas, primero tienes que desnudarte delante de gente desconocida para pasar por un cacheo, algo mucho más desagradable que el hecho de desnudarse delante de desconocidas.

Al menos todas somos mujeres, pero hay una que ya ha aprovechado para hacerme un repaso de arriba abajo y guiñarme un ojo. Muy romántico todo.

Después hay que hacer el paseillo de las novatas, cruzar toda la galería del módulo al que te mandan y escuchar la "calurosa" bienvenida del resto de presas donde revelan tus intenciones de cortarte el cuello, de hacerte su puta y otras lindeces que prefiero sacar de mi cabeza.

Al final la sensación que tengo es que este es el agujero de ratas al que pertenezco. Soy igual de hija de putas que todas estas que están encerradas. Aquí todas hemos robado, o matado, o atracado, o hecho algún trapicheo, o estafado. Pues eso, todas cojeando de la misma pata.

En cuanto me ingresan en mi celda del módulo 1 con el número 1916 en el lado superior derecho de mi uniforme, tres chicas me observan en silencio como dejo la bandeja con un segundo uniforme de recambio, toallas, las sábanas para hacer ahora mi cama, y un neceser con lo más básico.

Hice bien en dejarle mi collar a Caterina, me han quitado la mochila con todo lo que llevaba dentro y lo han guardado para dármelo cuando salga de aquí, que será dentro de unos 10 años según mi abogado de oficio, o siete si consigue rebajar un poco la condena.

Así que me puedo ir despidiendo de la mochila, el móvil y la documentación falsa que me ha acompañado desde los quince, porque no pienso esperar diez años para recuperarla, pienso salir de aquí en cuanto idee un plan de fuga.

Es curioso, pero veía tan remota la posibilidad de entrar aquí que siempre he pensado que podría adaptarme a la cárcel sin problemas y esperar con paciencia a cumplir con la pena, que con buena conducta sería mucho menor. Sin embargo, ha sido ponerme el uniforme y sentirme como una serpiente enjaulada en un maldito terrario de los que usan los aficionados a los reptiles. De pronto, me corre la imperiosa necesidad de salir de aquí aunque sea haciendo un agujero con las uñas.

Empiezo a hacer mi cama, la de arriba de la litera, todavía bajo la mirada expectante de mis compañeras. El hecho de tener que compartir habitáculo con desconocidas tampoco me gusta. Prefiero estar sola, incluso cuando me tocó compartir habitación con Caterina me sentía incómoda.

Cuando termino de hacer la cama, y nerviosa con el silencio de las tres, me siento en el borde de la misma, con los pies colgando, y les devuelvo la mirada. Las repaso físicamente y me quedo con sus descripciones: una más bajita que yo, de anchas caderas, piernas gordas como su enorme culo, pelo rizado y largo y piel morena.

La otra que se encuentra a su lado, con un estilo típico tomboy, con el pelo muy corto y rapado por los lados, como tuve yo en Cádiz y que ya me he dejado crecer de nuevo. Ojos grandes y marrones, más alta que su compañera, pero no mucho más delgada, y con cara de tener pocas amigas aquí dentro.

Por último, la tercera chica es rubia, muy alta, con el cuello largo, muy delgada, tanto que se le notan los huesos de las muñecas y de la clavícula, con la piel tan blanca que seguro se le pondrá roja como un cangrejo en verano, y con unos ojos azules como el mar. Sonríe afable a diferencia de sus amigas y musita un tímido "hola"

La del estilo tomboy la mira de reojo con cierto desprecio y luego vuelve a fijar su atención en mí con una sonrisa socarrona. Esta chica, que aparenta unos 30 años, no parece tener intención de ponerme las cosas fáciles.

La AjedrecistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora