CAPÍTULO 28

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 —¡Tu plan era un puto suicidio! —grita Francesco fuera de sí en cuanto Luisa llega al garaje donde sus amigos nos han traído para permanecer ocultos.

El jefe, fuera de sí, agarra a Luisa por los hombros y la zarandea, por lo que Bastián y Salazar tienen que intermediar para que la suelte. Caterina, esta vez, ni siquiera mira a su amiga, la culpable de habernos arriesgado tanto en este trabajo.

 —Hemos salido de allí vivos por los pelos —continúa Francesco intentando soltarse de los chicos.

Luisa retrocede asustada y busca con la mirada a Caterina para que la ayude, pero no la encuentra, está encargándose de curar la herida que tengo por el disparo recibido. Por suerte ya no sangra y solo queda cerrar ambos orificios.

 —Julia viene con una herida de bala —me señala Francesco soltándose por fin y evitando esta vez acercarse a ella para que no vuelven a detenerle—. Non vamos a volver a lavorare con te, toma tu maldita parte e ahógate en dinero si quieres —le dice lanzándole a la cara la bolsa con su parte del dinero—. Nos iremos de aquí en cuanto la niña esté recuperada.

 —Caterina, di algo —le pide Luisa asustada, evitando el enfrentamiento con mi jefe, pero la que fuera su amiga le da la espalda.

 —Vete de aquí —le ordena Francesco.

 —Y ni se te ocurra delatarnos o te mataremos —amenaza Bertrán mostrando una pistola.

Luisa asiente nerviosa, coge el dinero y se marcha lanzándole una última mirada a Caterina que ella no ve. Francesco resopla y vuelve a echarse atrás su pelo alborotado. Nunca le había visto así de desquiciado. Le pide entonces a Caterina que me deje a solas con él, que prefiere terminar él de curarme mientras los demás adecentan nuestro nuevo refugio para pasar la noche.

 —Come stai? —me pregunta intentando mostrarse más calmado, aunque no le sale del todo natural.

No solo debe estar enfadado por lo mal que ha salido el plan a pesar de habernos llevado el dinero, sino por haber matado a un agente cuando ya estaba desarmado y teníamos el dinero. Pero lo cierto es que me da igual. Me dio igual matarlo y tampoco siento nada ahora que ha pasado ya como una hora.

 —Bien, aunque me duele —contesto un poco intranquila, seguro que me echa el sermón por lo que he hecho.

 —El dolore físico es temporal, desaparece con el tempo —dice él tras carraspear un poco para atemperar la voz—. El psíquico non. Ese perdura e te jode la vita hasta que te mueres. Ahí es donde hay que atacar.

Francesco acompaña esta reflexión dándome un toquecito con el dedo en la cabeza. Pensándolo bien tiene mucha razón, si quieres joder a alguien de por vida no tienes que pegarle una paliza, sino atacar desde el plano psicológico, ese es bien difícil de sanar. Eso hicieron mis padres conmigo, destrozarme mentalmente, y a pesar de llevar muertos ya casi tres años, sigo sin recuperarme del daño que me hicieron.

 —Ya, ¿y eso cómo se hace? —le pregunto sabiendo de antemano que no hay una fórmula exacta para recuperarse de ese tipo de heridas.

Francesco me da una respuesta inesperada, me abofetea con fuerza haciendo incluso que tuerza la cara con brusquedad. Tengo que contenerme para no devolverle el golpe mientras él continuando tan tranquilo terminando de cerrar el orificio de salida de la bala.

 —¿Te duele? —pregunta casi despreocupado.

 —Pues claro, joder. ¿A qué viene esto?

 —Viene a que mientras te estás quejando de la hostia que acabo de darte, se te olvida que te duele la herida de bala.

La AjedrecistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora