CAPÍTULO 34

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Una pareja de ancianos se cogen de la mano y se dan un tímido beso en los labios. Caterina y Abdel se miran y sonríen. No sé cuándo estos dos se van a dejar de tonterías y se van a liar de una vez, se ve a leguas que se gustan.

Doy un bocado al trozo de pastel que ellos mismos me han comprado por mi 19 cumpleaños en esta heladería. Ha sido una sorpresa para mí que vinieran y me invitaran para celebrarlo, no tenía pensado hacer nada especial, simplemente dejar que el día transcurriera con normalidad, pero ellos se han empeñado. Este es mi primer cumpleaños fuera de la banda y sin la presencia de Francesco.

 —No entiendo la manía que tiene la gente de amar —comento con desdén, provocando que Abdel baje la cabeza y Caterina ponga los ojos en blanco.

Aunque más que desprecio, lo que realmente siento es extrañeza, en mi casa no veía estas actitudes entre mis padres. De hecho, creo que nunca les he visto darse un beso, y cuando veo las muestras de amor en otras personas, me resulta raro. Pero mi falta de interés por el amor también es un factor para que mire a otro lado cuando veo a parejas enamoradas, sean de la edad que sean.

 —Es más fácil no querer a nadie, evitas sufrir —continúo más pesimista de lo que hubiera querido sonar—. Es mejor vivir sin querer; no te decepcionas, no lloras, no sufres.

 —El día que te enamores no dirás lo mismo —me rebate Caterina.

 —El día que me enamore, cosa que dudo que pase, me pegaré un tiro —comento siendo demasiado dramática.

 —¡Hala!

 —No pienso estar condenada al amor, me aburre de solo pensarlo —insisto—. Me agota.

 —Tú sí que nos agotas, niña —replica la portuguesa haciendo reír a Abdel.

 —Taipán —la corrijo.

 —Para mí siempre serás mi niña.

Caterina me habla como si yo tuviera cinco años y me da un pequeño pellizco en la mejilla mientras se ríe.

 —Pues la niña se nos hace mayor, 19 ya —apunta Abdel.

Sí, me hago "mayor". Sigue sorprendiéndome lo rápido que pasa el tiempo. Hace 4 años estaba en mi casa aguantando a mis padres, en una mansión en pleno Madrid y siendo una estudiante aplicada, y hoy vivo sola en un piso en Cádiz, con la playa a cinco minutos donde paseo algunas noches por la orilla y viviendo como una delincuente.

 —Bueno, me voy —les anuncio levantándome del asiento—. Estoy a la espera de hacer un negocio. Os llamaré cuando necesite vuestra ayuda, os llevaréis una comisión.

 —¿Crees que a Francesco le hará mucha gracia que hagamos otros trabajos fuera de la banda? —pregunta Abdel indeciso.

 —No tiene por qué enterarse —responde Caterina despreocupada—. Además, tratándose de Julia, seguro que no le importa que la ayudemos.

 —De todas maneras, si os dice algo, me echáis la culpa a mí. Decidle que yo os obligué o amenacé.

 —No se lo creería —desestima Caterina—, pero no te preocupes por eso.

 —Sí, tranquila —concuerda Abdel con ella—. Ya nos encargaremos de que no se entere o se enfade con nosotros.

Me despido de ellos con un abrazo, gesto al que me he acostumbrado después de tanto tiempo de convivencia en la banda, y me encamino hasta el barrio de Laura. Como siempre, no tardo mucho en llegar y no espero encontrármela a estas horas, debe estar en el colegio. He venido para darme una vuelta y buscar nuevos contactos, dudo que la chica quiera volver a colaborar conmigo después de lo mal que le sentó que llamara a la policía y donara el dinero.

La AjedrecistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora