CAPÍTULO 72

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De espaldas a la galería estoy sentada en mi nueva cama. Han pasado ya dos semanas desde el incendio provocado y no ha habido consecuencias para nosotras, quitando la paliza que recibí ese mismo día al volver al módulo. Frente a mí contemplo el mapa que no han echado en falta, llevo días, noches, horas y horas analizándolo. Es grande, el centro penitenciario es muy grande, y salir de aquí es como atravesar un laberinto.

Tras de mí escucho la risa de Laura, me vuelvo un poco para mirar y la veo manteniendo una charla animada con su querida funcionaria. Después de la discusión que tuvimos el mismo día del incendio, hemos preferido no volver a tocar el tema. Ella sigue confiando ciegamente en ella, y yo solo espero que no le hable de nuestros planes de fuga.

Me centro otra vez en el mapa cuando noto la ceniza de mi cigarrillo caer. Con fastidio lo limpio rápidamente antes de que le de por arder. Otro incendio más, por muy accidental que pueda ser esta vez, y no sé qué harán conmigo.

Laura entra en la celda y se sienta frente a mí, contempla el mapa en silencio un momento y suelta un largo resoplido. Por más vueltas que le damos, no vemos una manera de salir de aquí. Me froto los ojos, agotados de tanto mirar el maldito plano con tanta fijación.

—Tienes mala cara, jefa —observa Laura mirándome preocupada—, deberías descansar.

—Estoy agotada —reconozco dando una calada—. Pero descansaré cuando encuentre la forma de fugarnos. Para qué quiero tanta inteligencia si no encuentro una maldita salida.

—Puedes ser muy inteligente, pero el cansancio también afecta a la mente —rebate ella.

—Lo que me afecta es estar encerrada —insisto testaruda—. Necesito salir de aquí de una puta vez, me estoy consumiendo día a día como este cigarro.

Miro el humo elevarse, el papel consumirse. Para lo que he quedado, para ser una presa fumeta y agotada de la vida. Obsesionada con una libertad que cada vez veo más complicada. La visita de Naira me subió el ánimo, pensaba que consiguiendo este mapa idearía un plan en apenas pocos días y que hoy ya estaría fuera. Pero no, aquí sigo, matándome lentamente.

—Al final te has enganchado, ¿eh? —comenta Laura quitándome el cigarrillo para darle una calada.

—Por tu culpa, niña, y me arrepiento, me estoy cavando mi propia tumba.

—Exagerada, no es para tanto.

—¿Sabes la de enfermedades que provoca fumar?

—¿Qué más da? Morirnos nos morimos todos.

Chasqueo la lengua en desacuerdo con su opinión y me centro otra vez en el plano. Como cuando juego ajedrez, me pongo las manos sobre las sienes y clavo la vista cansada en todas las salas y caminos que muestra el mapa.

Laura termina de fumar y se enfoca también en mirar el mapa. De vez en cuando señala algo con el dedo y sigue un camino que lleva a nada. En otras ocasiones murmura algo, una fugaz idea que se disipa cuando ve que no sirve. Hasta que de pronto ve algo, aparta el plano de mi vista, lo gira para verlo desde una mejor perspectiva y se enfoca en lo que sea que ha visto.

—¿Lo tienes? —le pregunto ansiosa.

Miro a la galería y veo como los funcionarios ya están mandando irse a las presas entrar en sus celdas, es hora de dormir y van a cerrar en pocos minutos. La insto a que se de prisa en confirmar lo que sea que tenga que confirmar y que guarde el mapa antes de que se pasen por nuestra celda.

La niña vuelve a poner el mapa frente a mí, lanza un rápido vistazo para comprobar que no hay ningún funcionario a la vista, y me muestra el comedor.

La AjedrecistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora