CAPÍTULO 76

450 73 47
                                    

Llevamos dos días con la chica retenida en la habitación, maniatada a una silla, con vendas en los ojos y mordaza en la boca. No le permitimos ir al baño, por lo que hace sus necesidades encima, y para colmo ha vomitado todo el alcohol que bebió en la fiesta. La princesita no está en su mejor momento, que digamos, pero hasta ahora no hemos conseguido sonsacarle nada.

Por otro lado, ya hemos hecho una segunda llamada a sus padres, los cuáles, de momento, no han dado aviso a la policía según nuestras recomendaciones. Sin embargo, les está costando, al parecer, conseguir esa cantidad de dinero, a pesar de que han puesto a nuestra disposición todas sus cuentas bancarias, las cuáles ya hemos vaciado. Aun así, todo lo recaudado no llega a tres millones, falta el dinero de la chica y el que puedan conseguir sus padres.

Daniela, por ahora, ha empleado métodos básicos y sencillos de tortura psicológica, pero vamos a tener que dar un paso más. Entramos en la habitación y le quito la venda y la mordaza. La chica no para de llorar cuando está sola, pero al oírnos entrar siempre se controla y trata de enfrentarnos con valentía.

—Esto es muy sencillo, cenicienta —digo sin acercarme mucho a ella, ya no solo por a distancia de seguridad, sino por lo mal que huele entre la orina y los vómitos—. Tus padres ya han dado todo lo que tenían en sus cuentas, y están buscando más. Ellos están haciendo un esfuerzo, ¿por qué no lo haces tú también?

—Vais a pagar por esto —contesta ella con la voz temblorosa—. Mis padres acabarán llamando a la policía y os pudriréis en la cárcel.

—Lo dudo, se me da muy bien escaparme.

La chica abre los ojos, me estudia bien las facciones por primera vez desde que llegó a la casa, y ahoga un grito. Mucho ha tardado en reconocerme.

—Te conozco... —farfulle con un hilo de voz.

—Ya, como media España.

—Los que no van a conocerte van a ser tus padres como no nos digas de una maldita vez los números de tu cuenta corriente —interviene Daniela, deseando subir de nivel la tortura—. Pienso dibujarte la sonrisa del Joker, verás qué guapa vas a estar.

Daniela acompaña su explicación con una sencilla representación, metiéndose los dedos en los carrillos de la boca para estirarla. La chica se estremece de solo imaginarlo.

—¿Vas a colaborar o no? —insisto.

Marina, que así se llama, niega con determinación y escupe a mis pies. Daniela me mira esperando instrucciones, pero haciendo crujir sus nudillos deseando estamparlos contra su cara. No me deja otra, va a ser peor para ella. Hago un gesto de confirmación a la colombiana y ésta le abofetea la cara tan fuerte que le marca los dedos y le deja la mejilla enrojecida.

—Esto es solo el principio —le aviso—. Tú sola has elegido qué camino tomar, y te aseguro que se te va a hacer muy largo y duro. Daniela, toda tuya.





Durante más de quince horas, Marina ha sufrido torturas por parte de Daniela, que a petición mía no se ha excedido en mutilaciones o cortes físicos, pero sí se ha encargado de raparle el pelo, las cejas, golpearla hasta dejarle la cara amoratada e hinchada, de quemarle las piernas con los cigarrillos de Laura, de prohibirle comer y beber, dejar que siga haciendo sus necesidades sobre ella misma. Y aun así, Marina Izquierdo no ha dado su brazo a torcer y continúa mordiéndose la lengua para no darme ni un céntimo.

Aparentemente se la ve una chica frágil como una cenicienta, una niña mimada y malcriada que es capaz de ponerse a llorar porque se le rompa una uña de su manicura perfecta; uñas, por cierto, que me he encargado de arrancarle como hice hace unos años con mi molesta vecina. Pero no, es solo apariencia, de espíritu es más dura de lo que pensaba, así que voy a tener que pasar al plan B, este no suele fallar, y espero que no lo haga ahora.

La AjedrecistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora