CAPÍTULO 14

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Tal y como Francesco planeó, salimos antes del amanecer por la puerta del servicio y Bertrán y Salazar llegaron a la hora acordada con la furgoneta para llevarnos de vuelta a casa. Estaban igual de nerviosos que nosotros porque todo saliera bien, como así ha sido finalmente. Salazar en seguida se puso a mirar y tasar las joyas y pelucos que habíamos robado en esas dos noches y dedujo que bien podríamos sacar unos diez mil euros fácil en el mercado negro.

Para ser mi primer trabajo no me ha ido tan mal y lo he disfrutado a pesar de los imprevistos que fueron ocurriendo, como el tipo gordo que casi me saca el brazo de su sitio, o el niño que pensaba que era el ratoncito Pérez, y el peor de todos, el inesperado encuentro con Lucía. Nunca debió ocurrir eso, no dejo de pensar en los problemas que me puede acarrear, si se va de la lengua podrían llegar a descubrir mi verdadera identidad. Y es que por más que intente evitarlo, ese irremediable miedo a ser descubierta sigue estando muy presente a pesar de los meses que han pasado ya desde mi "desaparición".

Por suerte, el miedo se fue rebajando conforme iban pasando los días y todo seguía normal. Cuando Francesco vino de vender todo lo robado y repartir el dinero justamente con los miembros de la banda, incluso conmigo, aunque lo guardó en su caja fuerte al igual que el dinero de mis padres para dármelo al cumplir los 18, trajo un periódico de ese día y no perdí el tiempo en leerlo entero para ver si hablaban sobre mí. Nada. Esta vez ni una foto habían puesto. Poco a poco mi caso iba desapareciendo como el de tantas otras personas que un día fueron tragados por la tierra sin dejar rastro.

Ese mismo día visité a Francesco en su despacho para devolverle el periódico tras haberlo revisado de cabo a rabo, y le descubrí donando online a obras benéficas parte del dinero que le pertenecía por el trabajo. Aquello no pasó desapercibido para mí.

 —¿Por qué lo haces? —cuestioné sin entender por qué hacía aquello.

 —¿Perché no? —respondió él con esa calma que le caracteriza— ¿Para qué quiero tanti soldi, dinero? Hay quienes lo necesitan e io con un tercio de tutto lo que robamos me basta para vivire.

 —Pero es raro.

 —¿Qué es raro, niña?

 —Robar para después donar.

 —Eso hacía Robin Hood e todos le admiraban —dijo encogiéndose de hombros—. Io sono como él, robo a los que più tienen per dárselos a los que menos.

Aquella conversación me ha tenido días pensando, dándole vueltas a sus palabras. ¿Por qué no? Un Robin Hood que roba a ricachones para después donar una parte a los pobres. Es extraño que un ladrón, una persona fuera de la ley que ha cumplido condena en una cárcel y que es líder de una banda criminal organizada, sea además una persona generosa que se preocupa por aquellas personas más desfavorecidas. Francesco nunca deja de sorprenderme, y por eso me pregunté: ¿y por qué no?

Y aquí me encuentro, frente a la puerta de su cuarto, escuchando de fondo el sonido del vinilo. Doy un par de golpes con los nudillos y Francesco se sorprende al abrir y encontrarme allí. Deja la puerta entornada y vuelve a sentarse en una vieja silla que cruje con su peso. Acerca la silla hasta un escritorio donde descansa a un lado el tocadiscos que tantas veces había escuchado y nunca había visto. En el suelo veo un soporte con muchos discos de vinilo.

 —¿Qué ocurre, niña? —inquiere al ver que no le digo nada.

Me había quedado tan ensimismada viendo lo pulcra y ordenada que tiene la habitación, con una decoración tan vintage y esa música que parece sacada de los años 40 que, por un momento, hasta se me ha olvidado a qué había venido.

La AjedrecistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora