CAPÍTULO 37

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El príncipe de la niebla ha acabado siendo una buena lectura, me ha gustado más de lo que esperaba. Dejo el libro en mi estantería y empiezo a mirar entre los nuevos que me compré cuál me empezaré a leer ahora mientras espero la llegada de Caterina para comer juntas.

En el patio comunitario escucho las voces de mis vecinos preguntándose qué será de la odiosa vecina del cuarto, hace días que no se la ve ni se la oye. Días que hemos disfrutado de paz, que no hemos tenido que llamarle la atención ni recibir a cambio sus insultos. La pareja del primero a la que suele llenar el patio de agua y suciedad, muestra sin pudor su alegría si se ha mudado o incluso si le ha ocurrido algo. La del quinto clama al cielo para que no le haya pasado nada malo, a pesar del incordio de persona que es.

Mi vecina de rellano cuenta como días antes de su extraña desaparición discutió conmigo. Se hace el silencio y puedo imaginar todas las miradas puestas en mi terraza, preguntándose si yo he podido tener algo que ver. Soy la nueva, una joven amable que saluda a todos cuando los ve, pero de la que no se le conoce ni oficio ni beneficio, que sale pocas veces y recibe visitas de una amiga portuguesa de vez en cuando.

Las voces vuelven a oírse otra vez, pero en voz baja en esta ocasión. Sin que me vean, me acerco a la ventana y escucho como una auténtica cotilla lo que dicen de mí. Piensan que soy rara, aunque al menos, buena vecina por no dar ruidos ni ensuciar nada. Pero rara, al fin y al cabo.

 —Tiene un aura extraña —comenta el vecino de la segunda planta con cierto aire de misterio, como si quisiera asustar al vecindario—. ¿No os parece extraño que viva sola con lo joven que parece?

 —¿Estudia? —pregunta la mujer de la primera planta.

 —¿Trabaja? —añade su marido.

De nuevo silencio, aunque dura menos que el anterior.

 —¿Y sus padres? —se une a la ronda de preguntas misteriosas la del quinto— ¿Alguien los ha visto alguna vez? ¿O hermanos?

 —Vecinos, hace cuatro días, por la noche, ocurrió algo extraño —comenta el vecino de rellano de la señora insoportable. Me pongo en alerta—. De pronto, en la madrugada, se puso a discutir con alguien —empieza a narrar con cautela—. Pude escuchar su estridente voz, pero no logré identificar la de la otra persona porque hablaba más bajo. El caso es que estaba discutiendo hasta que de pronto dejaron de hablar y la puerta de su casa se cerró. Miré por la mirilla, pero no vi a nadie en el relleno ni escuché a nadie bajar o subir por las escaleras.

 —A ver si es que se le terminó de ir la cabeza y empezó a hablar sola la mujer —comenta mi vecina de rellano.

 —No sé, pero al poco de unos minutos me pareció escuchar ruido en su casa. No sabría definirlo, parecía como cuando se pone a arrastrar los muebles, pero no lo arrastraba, fue como si diera golpes.

A la cabeza se me viene al momento sus fallidos intentos de soltarse de la silla. Claro, movía la silla al moverse ella y eso fue lo que el vecino escuchó y le alertó, por eso llamó para preguntar si todo estaba bien.

 —Además, me pareció escucharla gruñir —continúa él, cada vez dándole más suspense a su relato, tanto que mantiene callados al resto de vecinos—. Así que salí sin hacer ruido y pegué la oreja en la puerta.

Mierda, a ese señor no le han enseñado que no se debe escuchar detrás de las puertas, y hacerle una visita para enderezarlo a él también no es para nada conveniente. Esto no me está gustando nada...

 —Conseguí escuchar una voz, pero hablaba en susurros y no pude entender nada de lo que decía.

 —¿Y la vecina decía algo? —pregunta el marido de la primera planta.

La AjedrecistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora