CAPÍTULO 40

691 103 20
                                    

Subo las escaleras totalmente decida con lo que voy a hacer. Llego a la segunda planta, donde se encuentra la celda de la Nena. La encuentro tumbada en su cama, riendo con los chistes de una de sus secuaces. Al verme, las risas se detienen, su séquito se pone en pie como un resorte y me rodean. Cristina, que venía siguiéndome tratando de evitar la locura que quiero hacer, se queda pegada a mi espalda, temblando ligeramente.

La Nena se levanta mucho más tranquila, se mete las manos en los bolsillos y me contempla de arriba abajo.

 —Te veo muy recuperada —indica al llegar a mi altura.

Me saca más de diez centímetros y lo aprovecha para mirarme con superioridad, como si el poder te lo diera la altura...

 —No te creas, todavía me duelen un poco las costillas —comento con gracia.

La Nena sonríe con burla y una de sus chicas acerca un dedo con intención de tocar en la zona afectada. Por inercia, le agarro el dedo y se lo doblo hacia atrás, provocándole un alarido. El resto de chicas va a echarse encima mía, pero aprieto con más fuerza y les hago un gesto con la mano para que detengan sus intenciones.

 —No voy a dejar que me peguéis otra vez —les advierto seriamente—. Me tocáis un pelo y le parto el dedo a vuestra amiga.

Ésta intenta soltarse, pero todo movimiento que hace le provoca dolor. Las chicas se miran entre ellas dudosas, y miran a su líder, que ha borrado la sonrisa de su rostro. Aprieta la mandíbula y pide calma a sus chicas. Suelto el dedo de la joven que ha venido a incordiarme y las demás se apartan, dejándonos a solas a la Nena y a mí. Así me gusta, que se enfrente cara a cara a mí.

 —¿A qué has venido? —interroga con cautela y desconfianza.

 —Dice el dicho que si no puedes con tu enemigo, te unas a él. Yo no quiero que me peguéis más palizas como la del otro día, así que vengo a unirme a tu banda.

La Nena procesa mi mensaje un momento, lo digiere y explota en una carcajada.

 —¿Crees que soy tan imbécil como para creerme eso?

 —No creo que sea la única que se ha ofrecido a formar parte de tu banda después de una paliza, ¿verdad?

Miro a sus chicas y éstas vuelven a mirarse entre ellas, cómplices, otras bajan la mirada avergonzadas. La información de Cristina es real, muchas están con la Nena por miedo. El silencio entre sus secuaces la deja sin argumento.

 —¿Y ella? —señala con la cabeza a la canija— ¿Se une también tu amiga, o la devoramos aquí y ahora?

Las chicas de la Nena entienden esa amenaza como una orden para rodear a Cristina, que me da un leve pellizco en el brazo para que haga algo por protegerla. No me gusta nada la idea de tener que estar salvándole el culo cada dos por tres, me resultaría un engorro, y como tampoco me preocupa mucho lo que pueda ocurrirle, me encojo de hombros.

 —Haz lo que quieras con ella.

 —¡Julia! —replica ella, enojada por la traición.

Aunque yo no lo veo traición, nos conocemos de hace dos semanas y no somos ni mejores amigas ni nos hemos jurado lealtad eterna. Esto es supervivencia en estado puro.

 —Yo aquí no tengo amigas, Cristina, tengo aliadas —le informo con frialdad—. Así que, o te alias con nosotras o te conviertes en nuestra enemiga.

La Nena se ríe y da una palmada. Manda a sus chicas dejar tranquila a Cristina y ella sale corriendo de la celda. A continuación, me pasa un brazo por los hombros y me hace entrar hasta el centro de su celda para sentarme en una mesa con ella.

La AjedrecistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora