CAPÍTULO 54

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Sigo extasiada por lo que ha ocurrido con Naira hace unas horas. No dejo de pensar en todo lo que hemos hablado, en todo lo que me he desnudado ante ella como no he hecho con nadie nunca. Acabo de darme cuenta que mi vida está muy lleno de "nuncas" y "primeras veces" de cosas que para otros son habituales. Tampoco dejo de pensar en nuestro beso, pero sobre todo, lo que no se me quita de la cabeza es la dulzura con la que acariciaba mi mano. Acababa de decidir no denunciarme y verme entre rejas. Acababa de marcar esa pequeña diferencia, y lo que me brindó a cambio fue cariño.

A pesar de conocer todos mis delitos, incluso los últimos hechos con Aqrab. A pesar de conocer los asesinatos que he hecho. Los chanchullos en la cárcel. Mi fuga. A pesar de conocerlo todo de mí, ha decidido darme una oportunidad. Ni siquiera sé por qué lo ha hecho. Yo no lo hubiera hecho, no me hubiera dado esa oportunidad a mí misma. Pero supongo que eso es lo que más nos diferencia; ella está hecha de amor, yo de odio.

Termino de llenar los cubos para el cambio de agua que necesita mi pecera. Hace unos meses, cuando ya estaba instalada en mi nuevo piso, decidí comprarme unos pececillos, hasta ahora no había tenido una mascota, mis padres no me dejaban. La cosa es que pensé que unos simples peces no me darían mucho problema, pero el tema de cambiarles un tanto por ciento de agua una vez a la semana empieza a aburrirme.

De pronto escucho unos siseos al pasar por la ventana abierta de la cocina y me asomo para ver de qué se trata. Mis alarmas se disparan al instante. La policía. Naira. No, imposible. No ha podido ser ella. Han debido de encontrarme, seguro que llevan tiempo siguiéndome. Mierda, mierda, mierda. Piensa Julia, ¿por dónde puedes escapar?

El balcón. ¡Claro, joder! Los balcones de este edifico son comunitarios, solo separados por una barandilla que puedo sortear fácilmente. Más de una noche lo he imaginado como una fuga de escape en una situación, y por suerte mi vecina trabaja de noche, no llegará hasta mañana, por lo que puedo esconderme en su casa.

Sin soltar los dos cubos de agua, salgo de la cocina y me voy hacia la puerta.

—¿Por qué esa necesidad de molestar? —A continuación, activo la alarma de casa—. Y más a estas horas, con lo tranquila que estaba, que en un rato me iba a dormir.

Alarma activada, tengo cinco minutos para salir de aquí, pero antes...

—Una pena malgastar todo este agua con la sequía que hay en tantos países —me quejo mientras empiezo a encharcar todo el pequeño y estrecho pasillo de entrada.

Cuando todo el suelo está mojado, vuelvo a la cocina, cojo la garrafa de aceite y comienzo a esparcirla por todo el salón, teniendo mucho cuidado de no pisar nada para no dejar huellas. Cuando entren van a jugar a estar en una pista de hielo y le reventarán los tímpanos con el sonido de la maldita alarma. Solo queda el toque final.

—OK Google —digo en voz alta.

El aparato reconoce mi voz cuando ya escucho las botas de los agentes subiendo por las escaleras. Quieren pillarme desprevenida, pero van a ser ellos los sorprendidos

—Pon música de AC/DC —le indico colgándome la mochila con mi ordenador, lo único importante en esta casa, pues guardo información importante sobre la banda. Siempre previsora, nunca imprevisora—. Vamos a meterle rock and roll a esta aburrida noche.

La música comienza a sonar cuando me estoy metiendo el móvil en el bolsillo. Pido que suba al máximo el volumen y el suelo retumba por el estruendo. Las voces de los policías se hacen oír entre tanta música y yo ya estoy saltando al balcón de mi vecina. Saco una horquilla de la mochila que siempre guardo lista para ser usada, y empiezo a forzar el cerrojo de la puerta de entrada al dormitorio de mi vecina.

La AjedrecistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora