CAPÍTULO 4

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Mi cuerpo suelta un respingo por el agua helada que empapa mi cuerpo y cama abriendo los ojos sin entender lo que pasa.

—Bella durmiente a levantarse —tira de la sabana mojada—. Aquí se gana el pan que te llevas a la boca.

—Existe otra forma de despertar —replico.

—El jefe dio una orden clara —habla—, acomodate en fila con las demás.

Todas están firmes y vestidas, mientras yo sigo con la ropa que llegué en la noche y ahora toda mojada muriendo de frío.

—Tú —señala la castaña de ojos verdosos—, te toca limpiar las porquerizas —vuelve a ver la página en su mano—. Clara e Isabel junto con Karen les tocan los baños y salón de eventos. Acuérdense que tienen ensayo a las 17 horas y, por último, traten de recoger los frutos para los vinos del jefe sino; ninguna tendrá comida en su mesa.

— Falto yo señor —una chica baja de cabello marrón con mechones morados espera la orden.

—Cierto, el señor te quiere en su habitación esta noche por ende necesitas descanso y que ensayes desde ahora.

—¿Qué? —la voz de Karen resuena enojada por el mandato—. ¿Cómo que Álvaro quiere a esta niña?

—Órdenes del jefe, Karen.

Esta ultima voltea a ver con furia a la chica baja que solo tiene la mirada en el suelo ante la orden.

—Disfruta tu noche —suelta con sarcasmo—. Espero que no dure tanto.

El pelinegro nos saca en orden, explicando lo que cada una debe hacer y me pongo manos a la obra con las manos temblorosas por la camisa mojada pegada a mi cuerpo.

—Karen nunca entenderá que Álvaro solo se la coge como puta.

—¿Me hablas a mí? —detengo la esponja mirándola por completo.

Es hermosa siendo delgada con su cabello oro brillante acompañado por los azulados claros en su rostro ¿Cómo llegó a este lugar?

—A quien más boba —dice—. Creo que eres la única que se encuentra en este lugar mientras Karen se folla al guardia para que no haga su deber como esclava.

—Entiendo —mi voz es débil y temblorosa—. ¿Cómo llegaste aquí?

—Mi madre era adicta a las drogas; cuando nací ya ella estaba en este lugar —explica—. Álvaro le permitió que se quedase con el único deber que cuando cumpliera los dieciocho años estuviera bajo su cargo prestando los servicios como mi progenitora lo hacía a su gusto.

—¿Te gusta estar aquí? —mi pregunta suena estúpida, pero dentro de ella pude ver un ángel que quiere brillar, aunque la aplasten sus sueños.

—No me quejo —alza los hombros como si le pareciera normal—; sigo viviendo que es lo que me importa.

—Álvaro las prostituyen ¿cierto? —asiente a mi pregunta—. Y si se niegan, el castigo será como el mío de no comer por días; Álvaro le llamó "experimento inicial".

—Existen castigos peores —destaca—, algunos se basan en recoger los frutos a pleno sol del día sin agua y comida; cómo también lavar toda la instalación tu sola prestando tus servicios en la noche por muy cansada que te encuentres.

—Que sucede si no te reclaman de nuevo —la respuesta de Álvaro resuena en mi mente si mi padre volviera con el dinero.

—Álvaro nunca da devoluciones de ningún tipo —explica—. Siempre te quedas bajo su poder entregando el doble que pidieron por ti —vuelve a mojar la esponja pasándola por los azulejos—. O peor aún, si un comprador ofrece una cantidad que lo pueda llevar al crecimiento millonario; te vende.

FalaciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora