CAPÍTULO 3

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Trato de abrir la azotea de miles de forma, a la vez vigilando que mi madre no venga. Busco un broche introduciéndolo en el candado y abre finalmente; dentro de ella se encuentran cosas tenebrosas: maquinas, mesas, tubos. Busco entre las cosas algo que me lleve a los inventos de mi padre encontrando un libro con notas.

Día 1

Transfusión sin éxito.

Día 2

Cambios por fuerza y sangre: sin resultado.

Encontrando miles de notas con nombres extraños y jeroglíficos nunca antes visto. Escucho el auto fuera estacionándose y salgo rápidamente del lugar acomodando todo, arranco la hoja guardándola en mi pantalón.

—¡Isabela! —grita y corro a su presencia con la mirada baja.

—Dime padre.

—Me puedes explicar ¿Qué demonios paso ayer?

—Nada padre —explico—, hice lo que siempre me has dicho.

—No me mientas carajita —agarra mi quijada apretándola—. Ya me enteré lo que hiciste.

—No hice nada pa... —las palabras quedan de lado con el golpe que recibo en la mejilla.

—¡Cállate! —grita— Ahora esto tendrá consecuencias.

Vuelve con mi madre y palidezco.

—Vas aprender que conmigo no se juega —la arrodilla frente a mí y su rostro se empaña de lágrimas—. A tu dueño no se le miente ni se le oculta.

Agarra el cinturón, rompiendo la camisa de mi madre dejando su espalda descubierta.

—No lo hagas por favor —ruego—. Papá, te prometo que no lo haré de nuevo.

—No me interesa tus excusas —vuelve a gritar—. Ahora haré lo que siempre tuve en mente.

El primer latigazo resuena en la sala y mamá se retuerce por los constantes golpes; mientras mis gritos no hacen detenerlo, solo ríe disfrutando los llantos apresados de las dos.

—Tu me debes mucho —habla—, me debes el poder que no quieres sacar, me debes la vida y yo seré quien acabe con ella.

Saca un arma y se lo coloca a mi madre en la cabeza.

—¡NO! —tiemblo del miedo— Hago lo que sea, pero no la mates ¡por favor!

—No debiste mentirme Isabela.

—No me quites lo único que tengo ¡por favor! —ruego en llanto y el solo asiente, entrando varios hombres a la casa.

—Hija tranquila —la aguda voz de mi madre hace que la mire—, todo saldrá bien.

—Perdoname —niego llorando y ella asiente.

—No pasa nada —se encoje por los dolores y mis venas solo descargan ira por matar a mi padre.

—Así que entraste a la azotea —habla volteándose y niego apretando los ojos— ¡Contesta!

—No lo hice —afirmo sin entender como pudo enterarse.

—Tus emociones dicen lo contrario Isabela.

—¡Ya basta papá! —hablo entre llantos—. Soy tu hija, no me hagas más daño por favor te lo suplico.

—Me vale mierda si eres mi hija o no —responde—, esta vez no dejare escapar esta oportunidad; Chicos, llévensela.

Agarran a mi madre de los brazos.

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