CAPÍTULO 45

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Isabela Johnson

Quiero dejar de despertar, quiero que mi alma sea libre y no siga en este mundo donde la crueldad es la realidad de la vida. Quiero dejar de ver un futuro cuando la caída es fuerte y corta las alas que pensé que lograría abrir.

Todo el cuerpo lo tengo mutilado, el dolor es como un martirio que anhela su fin, cerrando los ojos para no volver. Sin embargo, puedo aguantar todo menos lo que mi pecho viene goteando como si fuera un calvario que nunca va a borrarse: recalcar que solo me ocultó su verdadera vida conduciendo mis esperanzas al pozo de la oscuridad.

Lo único que me hace sufrir no es el dolor físico, sino, eso que me recalca que a mi lado estaba una persona que mintió, ocultó y solo hizo de mis ilusiones un juego a su favor. Donde la única estúpida era yo por pensar que si era mi ángel e iba a protegerme de todo aquel mal que había sido liberada.

Ahora heme aquí nuevamente en las manos de mi ejecutor: siendo esclava de sus manos y sus deseos escalofriantes; añorando que me salve como la primera vez. No sé cuántas horas llevo en este lugar, solo sé que la espera se volvió una decepción al ver que no movió un dedo por buscarme, teniendo la realidad con unas simples imágenes del porqué de todo esto.

He tenido pesadillas, visiones y pequeños escenarios que no son claras. Niños gritando y mujeres con temor al verme. El sueño profundo se vuelve un cansancio hasta al día siguiente despertando conectada a nuevos inventos mientras tratan de verme débil a golpes, palabras y escenas que me siguen marcando.

—Buenas noches princesa —el agua fría me templa los huesos tratando de visualizar—, creo que es momento que volvamos intentar.

—N-no... pue...

—Claro que puedes —sujeta mi cara hasta poder mirarme—. Y ¿esos ojos apagados? Todo está bien princesa, papá te adora mucho y no le gusta verte así.

El asco me toma cuando deposita un beso en los labios.

—Te ves tan apetecible de esa forma —alaga viendo mi cuerpo que se encuentra semi desnudo por las corrientes eléctricas y los latigazos que recibo como castigo—. Tan dócil y frágil —exclama sobando mi mejilla—: ser excitado por tu dolor y la tortura que emana tu cuerpo.

Mi sistema se rinde y dejo que suministre otra dosis de una nueva sustancia a la de estas últimas horas. Pensé que al estar frágil el efecto no me iba a sucumbir, siendo lo contrario hasta que la corriente me recorre por la columna hasta llegar a mi cerebro que se desconecta del dolor y siente una quemadura en el pecho con tal de salir a destruir con el odio y rencor que llevo guardado.

­­­—Muéstrale a papi lo que su princesa puede hacer —es la voz tentativa que mi cuerpo le emite respuesta a sus palabras.

Siento como cada tejido van uniéndose y mi sistema va siendo un cortocircuito escuchando aquellas voces a que salga a jugar y pueda saciar el odio que llevo dentro. La claridad se vuelve un vacío oscuro, cayendo con los gritos que sale de mi garganta hasta quedarme sin voz. Cierro los ojos tratando de sopesar la caída y vuelvo a otra escena dónde el protagonista son aquellas imágenes siendo más real; las risas me taladran los oídos, cada gesto que tiene por aquel niño me desagarra más. Hasta moverme a otros escenarios... ¿bosque? ¿fuego? Algo topa con mis pies y unos ojos azules penetrantes como si fuera un mar limpio me miran fijamente hasta colocar sus ojos humedecidos.

—Es tu culpa —dice en gritos—. ¡Me dejaste, me destruyeron por tu culpa!

Trato de alcanzarlo, el grito que suelta es atroz.

—¡Eres un monstruo, solo destruyes!

No sé el por qué me afectan sus palabras y me encoje el corazón tratando de calmarlo y un golpe me hace despertar viendo paredes blancas. Doy vueltas tratando de buscar una salida y las voces me atacan como si fuera una banda estridente.

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