CAPÍTULO 35

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Isabela Johnson

Horas de vuelo y todos bajan esperando a Dominick en el vestíbulo privado del hotel. El clima se siente diferente, el calor se intensifica logrando que saque el abrigo de mi cuerpo al sentir la temperatura y las ganas por tomar una Coca-Cola fría me llaman

Dominick viene con llaves en sus manos y tengo la necesidad de decirle que salgamos, me folle y me pague un refresco «controlate Isabela»

—Agustín —le entrega una llave—. Villa al este, casa 98; puedes irte.

De igual manera, le entrega a Aida, Maggie, y la chica castaña que no recuerdo su nombre...Los demás fueron dispersos en el hotel y Jasper agarra su llave sin decirle algo a Dominick.

Quedo a la espera de las mías y él me observa esperando que diga algo. Enarco una ceja y busco a ver quién falta a parte de mí.

—Y... ¿Mis llaves? —pregunto y él las alza.

Trato de agarrarlas, pero las esconde en su mano.

—Te quedarás conmigo —avisa y mis ojos se abren en par.

—¿Qué?

—Deja que un empleado se encargue de las maletas —dice y no muevo un pie—. Vamos, que debes descansar —me ofrece su mano y dudo—. No tengo todo el día Isabela.

—Me puedes explicar.

—Te quedarás conmigo, en una villa con vista al mar —dice y ruedo los ojos por su nivel de ironía—. Y quiero que descanses que mañana se madruga para reunirse y hablar con los demás.

—¿Y por qué no me diste una para mi sola?

—No la necesitas.

—¿Quién te asegura eso?

—Vienes o ¿necesitas que te cargue? —me ignora y vuelve ofrecerme su mano—. Nena, estoy cansado y quiero dormir.

—Eres una mierda de persona —exploto de su bipolaridad—. Actúas como el hijo de puta y luego me tratas como si nada y ¿quieres que me quede en una villa contigo?

—Sí.

—¡Jodete!

—¡Nos jodemos los dos! —me alza quedando en su hombro y mis pies patalean para que me suelte.

—¡Suéltame maldito! No quiero ir contigo a ningún lado.

—Lastima que no me interesa lo que quieres —la brisa golpea mi rostro y las olas se escuchan cuando camina—. Te dije que te cargaría si no me hacías caso.

Los pasos resuenan sobre las piedras y la sangre baja a mi cabeza sin dejar de patalear. Las luces alumbran el camino y el frio golpea con mi cuerpo.

—Basta, caminaré —hace caso omiso—. Ya bájame y no me iré.

—Sabes bien que no te creo.

—Por favor —mi voz suena como niña pequeña y él se detiene.

La sangre se acomoda y me mareo un poco cuando me coloca en suelo. Las grandes palmas decoran la entrada y las flores amarillas hacen caminos y formas en todo el centro de la gran casa blanca de dos niveles con ventanas amplias lisas.

La brisa acaricia mi piel y el sonido de las olas me hacen sonreír. Pasa por mi lado abriendo la gran estructura que en su interior alberga una lámpara colgada en el techo y una pequeña mesa en el centro con un florero de color marfil.

—¿Quieres algo de comer? —niego y miro todo el lugar hasta subir las escaleras dejándolo en la entrada.

La vista es espectacular: la gran masa de agua rodea la isla y las olas se engrandecen hasta disminuirse a poco cuando tocan la arena. Cierro los ojos disfrutando del olor, clima y la paz que brinda el lugar.

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