CAPÍTULO 13

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—¿Qué sucede? —esa pregunta para mi no existe una respuesta concreta.

—Nada, solo... —tengo miedo de decir los pocos fragmentos que tiene mi mente de esa noche.

—Solo ¿Qué? —me jala de la cintura y su rostro se pega a mi vientre respirando con fuerza—¿Sucedió algo?

—¿Por qué no viniste estas tres noches? —evito el tema.

—No tengo porque darte explicaciones —frunzo el ceño ante su respuesta—. Total, la orden es que nadie puede tocarte o entrar.

—Entiendo —trato de descifrar los sucesos y solo son visiones borrosas que pasan en nanosegundos.

—¿Me dirás que sucede Isabela?

—¿Cómo sabes mi nombre? Si nunca te lo dije.

—Ser preguntona se te pegó ¡eh! —sus dedos recorren mi espalda desnuda—. Solo responde.

—No sé... —respiro hondo acariciando su cabello

—Las ganas de follarte no se quitan, mi verga palpita con tu maldita presencia —pasea su nariz por le valle de mis senos sintiendo sobre mi piel su respiración pesada—; pero necesito que me digas qué mierda sucede y no soy paciente.

—Esa noche que te esperaba —empiezo a decir—, mi padre estuvo aquí. Estaba con la esperanza que entrara la encargada de la habitación para llevarme al reservado; sin embargo, por esa puerta entró Álvaro informando que mi padre estaba esperándome en una sala —confieso y la pupila se dilata oscureciendo el iris cristalino—, cuando entré a ese salón; mi padre empezó a preguntarme quién eras tú. Nunca quise decirle, pero le enfureció —agarro aire en mis pulmones para proseguir—: dijo que tenía a mi madre en una choza lejana. Luego me ofreció unas pastillas que no quise tomar y lo único que conseguí fue que los introdujera a mi boca a la fuerza. Mi mente estaba en un limbo de sensaciones inexplicable que solo pedía más por esas pastillas de colores fuertes —sus manos caen a mis caderas apretándolas para buscar mis manos—. Los efectos empezaron y termine olvidando todo lo que hacía y lo único que recuerdo son gritos y fuertes sonidos; pero sin respuesta a qué se trata.

—¿Por qué mierda desobedecieron lo que exigí? —se levanta efusivo—. Dejé claro que nadie podía pedirte sin ser yo.

—Es mi padre.

—Me vale mierda quién sea —su altura hace que alce la vista cuando queda frente a mí— ¿Quién es tu padre?

Me quedo en silencio y agarra mi cuello para que lo miré.

—Sabes bien que me gusta que me mires a los ojos —dice—. Respóndeme lo que te pregunté.

—Roberto Johnson —respondo.

Pasa la lengua por mis labios y su aliento se funde con el mío acelerándome el ritmo cardiaco <<mierda, qué tiene este hombre>>; la mano de su cuello no se despega.

—Juro que nadie va a tocarte Isabela —roza su nariz con la mía—. Este deseo que tenemos no va arruinarlo nadie.

—Protégeme. —Cierro los ojos disfrutando los roces a la vez que sus manos acarician mis mejillas blanquecinas.

—No soy tu ángel —sonríe en mis labios.

—Lo puedes ser.

Nuestros pies se balancean sin necesidad de una música. Él con sus caricias y sus labios gruesos dejando pequeños picos sobre los míos y, al conectar nuestras miradas con la frente apoyada; sonríe. Sé que me veo estúpida al mirarlo como lo hago.

—No soy ese hombre que vendrá a salvarte; volviéndome un pendejo —sus palabras surgen distintas emociones en mi estómago—. Cogimos bien la primera vez; pero no pienses que tendré algún tipo de compromiso contigo o enamorarme solo porqué descargamos este deseo mutuo. —su respuesta hace que algo se quiebre en mi pecho.

FalaciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora