CAPÍTULO 42

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—Es irónico el final de los cuentos, tratar de llegar a la cueva cuando tu asechador cuida de su área en todos los laterales —sonríe malicioso—. Me agrada que me buscaras, pero ¿Por qué no contestaste mis cartas?

¿cartas?

—¿Dónde está mamá?

Estoy atrapada, aunque tenga miedo no puedo sopesar mi destino.

—Dormida —responde—, veo que ahora vienes sola y no con el vigilante que te persigue.

Dos hombres aparecen a sus espaldas y trato de buscar el arma en el cajón de la pequeña mesa.

—No creo que saldrá bien que intentes eso —brama—, tengo un arma apuntándote en el pecho a tu izquierda —miro en dirección de la ventana y el punto rojo se refleja en mi corazón—. Aseguré la zona y por lo que afirmé no hay nadie de esos peleles a tu cuidado, ahora la pregunta ¿Cómo llegaste aquí?

—Eso no te interesa —espeto con la sangre caliente—, entrégame a mamá y me quedo contigo.

—Así no funcionan las cosas mi pequeña...

—¡Era el trato! Mi madre por mí.

—Ahora cambie de planes —alza las manos—. Sujétenla.

Salto sobre la cama buscando el arma derribando a los sujetos y la bala que entra por la ventana impacta contra el cuerpo que uso como escudo buscando refugio entre el mueble. Busco la manera de escapar, pero la ventana se torna amenazante, la habitación es invadida por más hombres y mi padre busca bloquearme la salida que hace que tire la mesa con el pie tirando de las balas hasta quedarme sin ninguna.

Corro a la puerta, pero jalonean mi cabello tumbándome al suelo hasta sentir el bloqueo por completo; muevo mis pies y trato de zafarme de cada uno siendo en vano hasta ver la jeringa en las manos de mi progenitor.

—Me debes muchas explicaciones —exudo el temor por los poros de mi piel temblando al tenerlo a pocos metros—, me toca ahora dominar el mundo...

—No por favor —suplico sollozando—, hago lo que me pidas, pero no me drogues. No quiero dormir, libera a mamá —las pequeñas gotas saladas se me mezclan con el sudor.

—Prometo que la voy a liberar —asegura y deja que pequeñas gotas salgan de la aguja atemorizándome más—. Pero hoy no hablaremos de eso.

—Escúchame —las palabras se mezclan con mis lagrimas—, por favor.

—Muchas veces te pedí que me escucharas —se agacha y mis ojos se nublan por el artefacto de sus manos—, no respondías a mis cartas, notas o mensajes que enviaba.

—Por favor, escúchame —hablo tratando de alejarme de su cuerpo—, no sé qué hablas, pero por favor no lo hagas papá —suplico en llanto y él chasque la lengua ladeando su cabeza.

—Ahora volvemos a ser una familia feliz —siento el pinchazo en la yugular con el líquido que corre y se adentra en mi cuerpo perdiendo la visión y la fuerza.

Mis dedos se adormecen y mis pies pierden el movimiento estando expuesta a lo que mi padre siempre quiso...tenerme en sus manos.

—Descansa mi pequeña luz —sus palabras dan el último sonido en mi cabeza, perdiendo el conocimiento.

Trato de moverme, pero queda en vano al sentir mis muñecas encerradas. El cuerpo lo siento pesado y abro mis parpados para ver el lugar: huele a moho y humedad, el suelo se encuentra sucio y pequeñas malezas en sus esquinas; una lampara cuelga debajo de una mesa de madera.

La sombra de mi padre sale a un lado y enciende otra lampara donde mamá yace amordazada y con la ropa sucia y rota. Sus ojos se encuentran demacrados y con ojeras sin borrar las lágrimas de su rostro.

FalaciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora