XXV Dulcemente perverso

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Los ojos de Samantha se abrieron a una luminosa blancura. Ardía y dolía. Le dolía todo, hasta el cabello. Eso era bueno, supuso. No le faltaba nada. Despegó la cabeza de la almohada y se miró los pies. Seguían allí y se movían, distinguió con la vista borrosa. Habría sonreído si la cara no le hubiera dolido tanto.

Oyó voces fuera de la puerta. A la habitación del hospital entró una mujer de delantal blanco y alguien que reconoció como Vlad Sarkov. Todos los dolores se intensificaron.

La mujer le iluminó los ojos y comprobó su estado, le hizo preguntas generales y dio su veredicto.

—Ya estás de alta —le dijo.

—Pero me duele todo… Debo tener muchos huesos rotos.

—Te hicimos radiografías y también un escáner. Estás perfectamente bien, sólo tienes algunos hematomas y unas fracturas en la clavícula derecha y en el brazo del mismo lado. Necesitarás llevar el inmovilizador por un tiempo y guardar reposo. Estarás más cómoda en tu casa.

—Mi casa está muy lejos.

—Señor Sarkov, puede llevársela.

—No… por favor… no…

—Vamos, levántate. —Vlad la cogió del brazo que no estaba inmovilizado.

Ella gritó.

—Le duele mucho, inyéctele algo —le ordenó a la doctora.

—Le dimos una dosis de morfina.

—No es suficiente, inyéctele más.

—Sí… por favor… —pidió Samantha, retorcida sobre la camilla—. Me muero…

—Si se muere, haré que demuelan este inútil hospital —sentenció Vlad—. Y usted tendrá que pagarme todo el dinero que ella me debe.

Una enfermera llegó y le inyectó morfina hasta que Samantha dejó de quejarse. Iba riendo cuando la llevaban en una silla de ruedas hasta la salida. Fue el propio Vlad quien la cogió en brazos para meterla al auto. La sostuvo durante todo el viaje de regreso. Era una noche fría y oscura, llena de agobio y desconsuelo. No había visto el estado del auto en el que ella iba, eso hubiera sido mucho peor. Markus se había encargado del asunto.

En la mansión Sarkov reinaba el silencio, sólo los pasos de Vlad se oían, cargando a Samantha hasta su habitación. No podía dejarla sola o ella podría levantarse y, en su torpeza, caer y hacerse más daño. Esa mujer sólo le causaba problemas y gastos. El accidente lo había tenido en su día libre y el seguro laboral no lo cubriría. La deuda seguía creciendo y no parecía tener para cuando parar.

La dejó en la cama y le quitó los zapatos. Le desabrochó el pantalón y lo deslizó por sus piernas blancas. Tenía moretones en los muslos y una cortada en la pantorrilla derecha. Ella se removió, despertando.

—Estoy… ¿muerta? —balbuceó, arrastrando la lengua como haría un ebrio. Su mirada adormilada también era la de uno.

—Todavía no —le dijo Vlad, metiéndose a la cama junto a ella.

No pudo sacarle la blusa debido al brazo inmovilizado. Doblado en ángulo de noventa grados estaba pegado a su cuerpo, quitándole gran parte de la movilidad del torso. Le acomodó las almohadas. Ella llevaba un cuello ortopédico y la cabeza debía quedar recta.

—Entonces… ¿Por qué estoy viendo un ángel? —continuó ella.

—Quizás tengas daño cerebral. Haré que mañana te repitan el escáner.

—Quédate conmigo… Ángel… —pidió, sin despegar los ojos de los de Vlad.

Él le apartó el cabello del rostro. Estaba espantoso y olía ligeramente a sangre.

—De ángel no tengo nada, Sam. Es todo lo contrario.

—No dejes que... desaparezca…

Vlad había empezado a acariciarle el rostro. Tenía un ojo morado y el pómulo del mismo lado muy inflamado, una cortada en el mentón y los labios enrojecidos. Los palpó con su pulgar. Ardían. Todo su cuerpo lastimado ardía. El calor que emanaba le traspasaba la ropa, lo sentía contra su piel, tan fría y adormecida por el tiempo.

Acortó la distancia. Ella cerró los ojos. No podía moverse, ni evitar que él siguiera acercándose. Esos labios rojos e hinchados lo llamaban, los sentía clamando en su bajo vientre. Era un pensamiento sucio, un deseo repugnante, pero no le importó. Anhelaba que se intensificará hasta sacudirle la cabeza, hasta que el corazón le estallara. Sin detenerse a pensarlo, la besó. Fue torpe, brusco. Ella se quejó, recibiendo una lengua en su boca a cambio.

Samantha movió los dedos de la mano que tenía libre. Quizás intentara apartar a Vlad o impedir que se alejara. Lo que fuera que deseara, no pudo hacerlo, no sin poder levantar el brazo, que se había vuelto tan pesado. Pronto tenues quejidos inundaron la habitación, gemidos cuya naturaleza se confundía entre el placer y el dolor. El ángel que no era tal tomaba posesión del cuerpo anestesiado, al que buscaba despertar con sus caricias, con la presión de sus besos hambrientos. Habría más moretones cuando acabara, de eso estaba seguro.

No hubo tregua, ni pausa, ni piedad. Samantha, casi en coma, se estremecía entre sus brazos, clamando por el que creía que era un ángel, su ángel de la guarda. Él la envolvía, abarcando cada parte de su cuerpo y del interior de éste también.

—Sam... ¿Estás bien? —le preguntó cuando su cabeza empezó a enfriarse y volvió a ser consciente del estado de la malograda muchacha.

Ella tenía una pacífica expresión y las mejillas sonrosadas.

—No me abandones… ángel… te necesito… —murmuró antes de dormirse por fin, extenuada por el lujurioso ataque que la había dejado al borde del delirio.

—No soy un ángel, Sam… ¿aceptarías a un demonio?... —dijo Vlad, apoyando la cabeza sobre su pecho.

Se durmió también. No tuvo pesadillas. Jamás tenía pesadillas cuando dormía con ella. Ella se llevaba el dolor, se llevaba las flores y el aroma del aceite y los fierros retorcidos.

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Los deseos de Vlad se han revelado 😏

¿Cómo reaccionará Samantha cuando se le pasen los efectos de la morfina? 🙈

¡Gracias por leer!

Prisionera de Vlad SarkovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora