—En serio, Sam, es como si hubieras resucitado —le dijo Kel.
Aunque Sam ya no era una sirvienta, la ayudaba en sus labores igual que antes. Vlad estaba trabajando, Ingen en la escuela, no tenía trabajo como fotógrafa, no había nada más que pudiera hacer y el aburrimiento era perjudicial para el cuerpo y la mente, así se lo había dicho su abuela cuando aprendía a tocar flauta china. La mujer cambiaba constantemente de pasatiempos, sus intereses eran sumamente volubles, pero le gustaban bastante los instrumentos exóticos.
Sam no había heredado su talento para la música, no señor. Sus padres la habían hecho tomar clases de piano a temprana edad, pero su coordinación le hizo imposible llegar a producir algo bueno para la salud auditiva. Ni hablar de su voz, Sam no cantaba, aullaba. Eso no la detenía de ir al karaoke de vez en cuando con sus amistades. Los verdaderos amigos eran los que seguían a su lado luego del karaoke. Cuando iba con Félix, él llevaba tapones y la alentaba con fervor.
—¿Sabes? Yo también lo siento así, es como si tuviera una segunda oportunidad para hacer las cosas de otro modo, como si hubiera vuelto a empezar.
Esperaba que no fuera el principio del fin.
—Tuve mucho miedo, Sam… No dejaba de llorar pensando que ya no te vería nunca más…
Sam la acogió entre sus brazos. Verla llorar hizo que se le salieran unas lágrimas también. Ya empezaba a sentirla como la hermana que nunca tuvo. Le limpió las lágrimas, dejándole las manos posadas en las sonrosadas mejillas. Kel era más pequeña y miraba a Sam hacia arriba con sus ojos llorosos, rodeándola de la cintura.
—Yo también te quiero mucho, Kel.
—Sam yo…
Una fuerte tos las sobresaltó. Kel se apartó de un brinco al ver a Vlad con sus ojos se asesino psicópata clavados en ella. Se persignó disimuladamente, volviendo a sus deberes, lo más lejos posible de Sam.
El hombre no permaneció allí, se fue tras hacerle a Sam un gesto con la cabeza para que lo siguiera. Iba a varios pasos por delante de ella. Entró al despacho y se sentó en el sillón. Sam se ubicó sobre sus piernas. Le pasó un brazo sobre los hombros. Su otra mano jugueteaba con la corbata.
—Llegaste temprano ¿Qué tal tu día?
—¿Qué hacías declarándole tu amor a la sirvienta en la cocina?
Había algo en su tono de enfado, en ese ceño fruncido y en los oscuros ojos de siniestro mirar que le provocó a Sam una agradable sensación en el vientre. Quería más.
—Ese es su hábitat natural, no se me ocurrió un mejor lugar. —Sus dedos caminaron por encima de la corbata hasta llegar a la seductora boca que él tenía.
Recorrió el borde de su labio inferior, al tiempo que sentía un gracioso cosquilleo en los suyos.
—Tu lado perverso es muy refrescante, Sam, pero no te quiero cerca de las sirvientas. Ya no eres una de ellas.
Sam sonrió. El demonio estaba celoso.
—¿Por qué ahora te pones celoso de Kel y no lo haces cuando salgo con Ken?
—¿Por qué más va a ser? La sirvienta es mujer, no tengo nada para competir con ella.
Era un buen punto el que él tenía. Y buen humor también. Al parecer era un excelente día para ser la novia de Vlad Sarkov.
—Pues… comparado con ella, no estás tan mal —aseguró Sam, apreciando de buena gana la mercancía a su disposición como una experta catadora—. Me gusta todo lo que te falta —Le apretó uno de los pectorales—, y todo lo que te sobra también. —Su mano bajó a inspeccionar el estado de la artillería pesada.
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Prisionera de Vlad Sarkov
RomanceCuando la joven Samantha Reyes llegó a trabajar como maestra particular del hijo menor de la acaudalada familia Sarkov, jamás imaginó que el excéntrico hermano mayor le hiciera las cosas tan difíciles, hasta el punto de convertirla en su prisionera...