—¿En serio no me vas a abrir la puerta?
Vlad esperó por una respuesta. Nada se oía del interior del departamento de Violeta. Incluso ella se había ido de la empresa sin despedirse, así de enojada estaba.
—Pasé por comida árabe. Si escalo hasta tu ventana voy a caerme ¿No te importa que me lastime?
Silencio absoluto.
—Bien. Haz que me entierren junto a Maximov. Ya sabes qué flores llevar a mi tumba. —Alcanzó a alejarse tres pasos de la puerta cuando la oyó abrirse.
Sin siquiera mirarlo, ella se fue por un pasillo. Vlad la siguió hasta la cocina. Bebía un batido de los mismos que le preparaba cuando eran jóvenes, los mismos que a Sam le quedaban tan espantosos. Vlad cogió unos platos y sirvió lo que había comprado. A ella le gustaba la comida árabe. En una ocasión, sus padres cenaron con un jeque en casa. Él atrapó a Violeta comiendo de las sobras en la cocina. Ahora las cosas habían cambiado y él podía darle todo lo que ella deseara.
—Si no te sientas a comer, se enfriará.
Pero él no tenía idea de qué era lo que ella deseaba.
—Vamos, Violeta, cena conmigo. —La abrazó desde atrás—. ¿Qué te enfadó tanto? Dímelo para arreglarlo.
Sus extensos silencios tenían el poder de desquiciarlo. Violeta nunca gritaba, nunca demostraba su enojo, ella simplemente se quedaba en silencio. Su ausencia era su ira. Y estaba furiosa.
—¿Fue porque esa mujer nos vio? Si es así entonces estarás en problemas porque me gusta hacerlo en lugares públicos.
Ella parpadeó rápidamente.
—Vamos, no seas caprichosa. —Le dio una fuerte nalgada y se sentó a comer.
Sobándose el trasero, Violeta se sentó también. No usaba las gafas y llevaba puesto un pijama, pantalón y camiseta. Tenía sus negros cabellos trenzados. Lucía más joven, casi como en aquellos días.
Ninguna expresión hizo al probar la comida, no había dicha o desagrado, sólo la más pura ausencia.
—¿Todavía dibujas? —preguntó Vlad, acercándole una copa de vino blanco.
Violeta bebió un sorbo y negó.
—Deberías retomarlo, eras muy buena. Podrías hacer algún curso, perfeccionarte. Serías una artista maravillosa.
—¿Me estás despidiendo?
—No, te estoy impulsando a perseguir tus sueños, tienes mi apoyo, puedo costearte el curso, o la universidad, lo que sea. Quiero que hagas lo que amas.
—Amo mi trabajo y gano lo suficiente como para pagar un curso de dibujo si quisiera. No quiero.
—¿Segura? Nada entre nosotros cambiaría si dejamos de trabajar juntos. Yo iría a tus exposiciones de arte, incluso podríamos irnos del país, a Italia, por ejemplo. La Toscana tiene paisajes impresionantes que podrías capturar en tus dibujos.
—No, Vlad… ser tu asistente me gusta… —sacudió la cabeza.
Sus párpados parecían pesar una tonelada.
—De acuerdo, pero si cambias de opinión, me avisas. Sabes que cuentas conmigo.
Ella asintió lentamente. Y sonrió. Vlad sonrió también.
—¿Ya se te pasó el enojo?
—Creo que sí… —Empezó a reír.
Se miró con extrañeza, como si no reconociera el sonido de su propia risa. Quizás fuera por lo poco frecuente que era reírse.
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Prisionera de Vlad Sarkov
Roman d'amourCuando la joven Samantha Reyes llegó a trabajar como maestra particular del hijo menor de la acaudalada familia Sarkov, jamás imaginó que el excéntrico hermano mayor le hiciera las cosas tan difíciles, hasta el punto de convertirla en su prisionera...