III Cambio de rubro

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Samantha no gastó energías en discutir con un cretino como el que estaba segura que tenía en frente y fue deprisa a hablar con la señora. Ella la había contratado y ella era la única que podía despedirla.

—Si Vlad dice que estás despedida, estás despedida, lo siento, linda. Habla con él por tu finiquito —dijo la mujer, que seguía tan ocupada como antes y ni siquiera había volteado a mirarla.

Comenzaba a retirar todo lo que había pensado sobre esas personas. Eran ególatras, irreflexivos e injustos. Y el peor de todos era el tal Vlad, que la despedía sin motivo aparente. Lamentaba pensar que Ingen terminaría siendo como ellos y más lamentaba tener que volver a verle la cara a Vlad.

Tocó la puerta nuevamente. No le importaba el finiquito, sino el mes que le habían pagado por adelantado. Con sólo cinco días de trabajo, si le hacían devolver la paga estaría en problemas. Había dejado el departamento que arrendaba y no tendría dinero suficiente para arrendar otro en tan poco tiempo.

—¿Quién es?

Oír la voz de Vlad le erizó los vellos del cuerpo.

—Yo... Samantha.

—No conozco a ninguna Samantha, largo.

Ella se mordió la lengua para no decirle lo que se merecía.

—Soy la maestra de Ingen.

"A la que despediste injustamente, imbécil" habría querido agregar, pero no podía. Tendría que tragarse su orgullo para llegar a un acuerdo.

—Ingen no tiene ninguna maestra —dijo el energúmeno y la bilis se le agitó, agriándole las entrañas.

—Quiero saber por qué ya no tiene ninguna —pidió, con la voz más amable que pudo.

Pero su amabilidad era tan inútil como una semilla en el desierto.

—No es asunto tuyo, lárgate.

Inhaló profundamente varias veces, calmando sus irritados nervios. Ese tipo no tenía modales para tratar a la gente.

—Su madre dijo que debía hablar con usted sobre el finiquito —dijo como intento final y el sonido metálico de la cerradura eléctrica le indicó que la puerta estaba abierta.

Permaneció de pie en el umbral, no quería hacerlo enfadar como la primera vez que entró allí. El hombre seguía con la vista fija en la pantalla del computador, ignorando su presencia.

Samantha esperó pacientemente, maldiciéndolo por dentro, incapaz de interrumpirlo. Pasaron tres minutos hasta que él se dignó a dirigirle la palabra.

—¿Qué haces ahí? ¿Esperas una invitación?

Ella lo miró, incapaz de creer que pudiera tener un humor tan cambiante. Incluso le ordenó que tomara asiento frente a su escritorio.
Vlad comenzó a buscar el archivo de la mujer en la carpeta de empleados.

—Eres una descarada. Te pagamos un mes por adelantado y quieres un finiquito —criticó con dureza.

—¡No, yo no! —Intentó excusarse, con las mejillas sonrojadas—. Lo dije para que pudiéramos hablar, no quiero quedarme con su dinero, sólo pido un trato justo.

El hombre la miraba fijamente y ella esquivaba sus ojos prohibidos, temerosa de hacerlo enfadar.

—Y además eres mentirosa —acusó él—. Eres incapaz de sostenerme la mirada.

La boca de Samantha se abrió hasta que la piel de las comisuras comenzó a dolerle. Tratar con ese hombre era como subir a una montaña rusa. Lo que estaba mal en un momento podía volverse esencial para satisfacerlo luego y no sabía qué hacer. Sólo quería irse de allí lo más pronto posible.

—Escuche, me pagaron por un mes y sólo pido poder trabajar un mes, nada más. Sé que he hecho un buen trabajo, Ingen está progresando mucho, incluso parece más confiado en sí mismo. Ni siquiera me ha explicado por qué estoy siendo despedida.

Vlad seguía viéndola con detención y ella lo miraba a los ojos con reticencia, notoriamente incómoda.

—Ingen volverá a la escuela, así que tu presencia aquí es innecesaria. Conservarás el dinero correspondiente al finiquito por un trabajo de cinco días y el resto lo devolverás.

Aquello era lo que Samantha más temía. Sentía que estaba parada en el borde de un precipicio, a punto de caer.

—No puedo, ya gasté el dinero —mintió, encogiéndose de hombros.

Una arruga surcó la impecable frente de Vlad, al tiempo que tomaba su teléfono.

—Entonces llamaré a la policía —se apresuró a decir, siendo detenido por Samantha, que se había abalanzado sobre el escritorio para frustrar la llamada, presionándole las manos.

Esa mujer se había atrevido a entrar a su despacho sin que se lo ordenara, lo miraba como si estuviera mirando a cualquiera y ahora osaba a tocarlo.

¿Quién se creía que era? ¿Cómo su madre había permitido que alguien tan vulgar se encargara de la educación de su hermano?
Era ella la que necesitaba ser educada.

—Lo... Lo siento —se disculpó, notando que, en su desesperación, había ido demasiado lejos.

Volvió a sentarse, ordenando los papeles que había desordenado en el escritorio.

—Ya le dije que no quiero quedarme con su dinero, sólo le pido que me deje pagárselo con trabajo, por favor.

Así al menos ganaría tiempo para conseguir un trabajo nuevo y tendría asegurado un lugar donde dormir.

—De acuerdo —dijo por fin Vlad, con mirada inescrutable y Samantha sonrió aliviada—. Pero Ingen volverá a la escuela el lunes, así que tendrás que trabajar para mí.

Samantha se sostuvo de la silla para no caer.

—¿Necesita ayuda con las tablas de multiplicar? —Se atrevió a bromear, algo típico cuando estaba nerviosa.

La seriedad de Vlad se diluyó con una sutil sonrisa torcida.

—No serás mi maestra —recalcó, entrecerrando ligeramente los ojos, lo que le dio una apariencia bastante perversa—, serás mi sirvienta.

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Acaban de empezar los problemas de Samantha 🙈

No sabe lo que le espera... 😏

¡Gracias por leer!

Prisionera de Vlad SarkovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora