LIII Habilidades manuales

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Sam permaneció inmóvil, sintiéndose como un pez fuera del agua. Su jefe le dio una mirada fugaz y severa que la hizo reaccionar. Caminó hasta el escritorio, viendo a la mujer sentada frente a Vlad. Vestía un traje de dos piezas, muy formal. Su cabello negro y ondulado brillaba luciendo sedoso y grácil. Su rostro pálido y perfectamente maquillado decía mucho sobre lo disciplinada y rigurosa que era con cada detalle. Una mujer perfeccionista, eso pensó. Alguien que no dejaba nada al azar.

La mujer también la miró detenidamente, de pies a cabeza, centrándose en la cintura, donde debía ir un delantal que ella no llevaba.

—¿Qué tanto haces, Sam? Entrégale su café a Elisa —dijo él, sin apartar la vista de la pantalla de su computador.

Sam lo hizo, todavía medio pasmada. La mujer se quedó viendo la taza y la horrorosa cara que la miraba con los ojos desorbitados y la lengua afuera, el ahorcado en la leche de su café descafeinado. Sam se quiso morir.

—Yo... le traeré otro.

—No te preocupes. Éste está bien —dijo ella, con la misma dulce voz que le había oído por teléfono anteriormente.

Sam dejó en el escritorio un plato con galletas. Por suerte no se le había ocurrido hacerles caras también.

—¿Necesitan algo más?

—Lárgate —dijo su jefe y ella lo hizo con gusto, maldiciéndose por ser tan bruta.

A su jefe le gustaba el café negro, bien cargado. Era obvio que no pediría un latte y menos descafeinado. No podía cometer ese tipo de errores. En una familia como los Sarkovs, esos errores podían costar muy caros. Se dedicó a asear la sala, siempre cerca de la puerta para ver cuando Elisa saliera. Lo hizo dos horas después. La siguió hasta el jardín.

—Quería disculparme por ese café tan poco estético.

—Supuse que lo hiciste pensando que sería para el amo Vlad ¿No?

—Sí. Los dibujos no se me dan muy bien.

—Ni preparar café tampoco, pero supongo que no hay ningún lugar donde se estudie para hacer eso.

De hecho lo había, pero quién era Sam para contradecirla cuando ella la había agraviado en primer lugar.

—No intentes ser graciosa con él, no le gustan los payasos. Te lo digo por tu bien. —Subió a su auto y Sam la vio alejarse, con una extraña sensación, pero ya habitual desde que llegara a vivir a la mansión Sarkov.

Había encontrado alguien más de quien cuidarse.

〜✿〜


—Eres terrible dando masajes, Sam. Dijiste que como masajista impostora viniste varias veces, es extraño que no te haya despedido en la primera ocasión que pusiste tus torpes manos sobre mí.

Luego de trabajar en el despacho y de entrenar en el gimnasio, Vlad le pidió a Sam un masaje.

—¿Torpes manos? No es lo que dijo el otro día en el hotel.

—Eres apenas una principiante, Sam. No tienes nada de qué presumir.

Sam le clavó el codo en un costado de la espalda. Él se mordió el labio, sin quejas.

—Supongo que acabaré siendo una experta ahora que las clases con la gurú del sexo son dos veces a la semana.

La palabra sexo saliendo de la boca de Sam le producía un cosquilleo en cierta parte de su cuerpo que estaba presionada contra la camilla de masajes.

—En la última clase la maestra me dio una tarea, pero me faltan materiales.

Vlad tragó saliva, muy interesado en el tonito inocente que ella estaba usando.

—¿Qué materiales?

—Unas bolas chinas. Dijo que permiten el fortalecimiento de la musculatura del suelo pélvico y de los músculos de la vagina, a la vez que mejoran la irrigación sanguínea y la lubricación. Debo ejercitarme con ellas.

Vlad se removió. Estar boca abajo empezaba a ser incómodo y doloroso.

—Ella traerá unas para mí. Supongo que el costo de los materiales va incluido en el curso ¿No?

—Sí, Sam.

Las manos de Samantha le masajearon la cintura, empujándolo contra la camilla. Vlad aferró los bordes con fuerza.

—Dijo que debía ponerlas dentro de mí y que el resto ocurriría solo, con el movimiento de las bolas mientras yo me muevo. También puedo presionarlas con los músculos de mi vagina. Lo que me sorprendió fue que dijera que podía tenerlas dentro todo el día. —Fue hasta el mesón por un poco más de aceite cuando Vlad la cogió de la cintura y la sentó en la camilla.

—¡Alguien puede venir! —se quejó ella, intentando evitar que su jefe le quitara el vestido.

—Debiste pensar en eso antes de provocarme, Sam. ¿En qué momento te volviste tan perversa y seductora? ¿Es por esas clases?

—Es por juntarme tanto con usted.

Vlad sonrió, besándola con esa hambre que ella le inspiraba. La acostó en la camilla y le levantó el vestido. No era necesario hacer ninguna maniobra previa, Sam estaba tan lista como él, tan deseosa y caliente, tan receptiva. La invadió con su dureza al instante. Sus carnes ardientes lo apretaban, lo succionaban como si quisieran arrancárselo en cada profunda embestida. Estar dentro de ella era el cielo, o el infierno, no estaba seguro, pero lo extasiaba.

—¿Realmente necesitas esas bolas?... Así estás perfecta —jadeo él en su oído y Sam se apretó más contra él, arrancando gemidos de ambos.

Lo hicieron rápido, con el temor de ser descubiertos agitando aún más sus corazones. Fue intenso, fue delirante y los dejó sin aliento. Y con ganas de más, de mucho más.

Se limpiaron, ordenaron y salieron.

—Vlad, querido ¿Estabas en la sala de masajes?

La señora apareció por un pasillo. Sam quiso que la tierra se la tragara. Eso le pasaba por andar haciendo vulgaridades. Definitivamente la mala influencia de Vlad Sarkov la estaba arrastrando al lado oscuro. Ella, que era tan buena e inocente. Ya no llegaría entera al altar de la iglesia a hacer sus oraciones, se quemaría antes.

—Sí, Sam me estaba dando un masaje, pero es malísima, no te la recomiendo.

—A simple vista se nota que la pobre no tiene muchos talentos, pero a Ingen le encantaba como maestra. Algo bueno debe tener.

Una sonrisa perversa esbozó Vlad, a espaldas de su madre. Sam desvió la mirada.

—Vlad, querido, te buscaba precisamente para hablar de Samantha. Mañana tengo la recepción con la gente de INVERGROUP y quería que me la prestaras.

Sam se sobresaltó.

—Tienes muchas sirvientas ¿Por qué quieres la mía?

—Bueno, las otras chicas son tan bajitas y... morenas —le susurró, pero Sam escuchó perfectamente bien.

Ella era alta, sobrepasando el metro con setenta centímetros. Y su piel era clara, pero no muy diferente de las demás sirvientas. A la locura de los Sarkovs había que agregar también el racismo. Ella no estaba para que la anduvieran exhibiendo. Esperaba que Vlad le dijera que no.

—Bien. Haz con ella lo que quieras —dijo él.

Anya, sonriente, la cogió del brazo y se la llevó. Vlad siguió caminando por el pasillo. En ningún momento se volvió a verla.

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*Capítulo dedicado a Fern1nda  ¡Me encantaron tus teorías sobre la historia! 🥰

¿Qué estará planeando Anya hacer con Samantha? 😫

Vlad nuevamente se la entrega a alguien más 😠 Pueden expresar aquí sus sentimientos hacia él 📝

¿Qué hará Sam esta vez? 😈

¡Gracias por leer!

Prisionera de Vlad SarkovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora