LXVI Distancia emocional

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—¿A esto le llamas informe? ¿Quién escribió esto? ¿Un chimpancé? ¿Desde cuándo empresas Sarkov contrata chimpancés? —Vlad lanzó la carpeta sobre su escritorio.

Las hojas terminaron repartidas por el piso. Con una paciencia de santa, Elisa las recogió una por una y las volvió a meter en la carpeta.

—Fue revisado por el director de marketing. Pediré que lo corrija.

—Envíale una carta de amonestación ¿Ya tiene alguna?

—Esta sería la tercera.

—Entonces que sea una carta de despido. Encárgate del resto y no me molestes.

Elisa dejó la oficina con pasos apenas perceptibles. Cerró la puerta a su espalda y caminó la poca distancia que la separaba de su escritorio. Dejó el informe en la trituradora de papel que había bajo él y llamó a recursos humanos para concretar el despido. El puesto vacante sería ocupado por quien le seguía en jerarquía y, por cómo se veía la cosa, estaría despedido también antes del mediodía.

〜✿〜


—Elisa, ¿Puedes avisarle al jefe que tengo terminada la propuesta para la junta mensual?

—¿La pidió para hoy?

—No, a más tardar para el viernes, pero nos adelantamos y está lista.

Adelantarse era bueno. Mostrar compromiso, ser proactivo y eficiente. Se estaba esforzando por un ascenso.

—Tráelo el viernes. Hoy no es un buen día.

—Pero está listo, quiero que sepa con cuánta anticipación lo terminamos.

—El viernes o lo lamentarás.

La muchacha no insistió más, aferró el informe por el que se había quedado sin dormir y se fue corriendo.

En días como estos, el trabajo de Elisa se multiplicaba. Vlad la llamó nuevamente a su oficina. Luego de diez minutos salió con una pila de informes que terminaron en la trituradora. Llamó a alguien para que se la vaciara. Estuvo haciendo muchas llamadas. En días como estos, el trabajo de recursos humanos también se multiplicaba.

Cerca de las tres de la tarde, el sonido de unos agudos tacones hizo a Elisa apartar la vista de la pantalla de su computador. En sus gafas de lectura se reflejó la imagen de una mujer escultural que se bamboleaba como si estuviera en una pasarela. Una pierna estilizada delante de la otra y el cabello agitado por un viento inexistente, ropas de alta costura, algo pequeñas, pero muy bien llevadas y pestañas infinitas. Elisa parpadeó, deslumbrada por el brillo de su sonrisa.

—Avísale a Vlad que estoy aquí.

Era la hija de uno de los socios de la empresa.

—Buenas tardes —saludó Elisa, con su expresión imperturbable y tono profesional— ¿Tiene una cita agendada con el amo Vlad?

Ella sabía perfectamente la respuesta, uno de sus talentos era tener una excelente memoria.

—¿Él está ocupado? Puedo esperarlo o volver en otro momento.

—Su viaje hasta aquí no puede ser en vano, señorita Torrealba. Descuide, yo me encargo.

Elisa entró a dejar un nuevo informe que acabaría en su trituradora y dejó pasar a la mujer, que se arreglaba el cabello y sonreía nerviosamente. Volvió a sentarse tras su escritorio y encendió el cronómetro de su teléfono. Estaba segura de que su jefe batiría un nuevo récord. Cuarenta y dos segundos después, los tacones resonaron en pasos cortos y veloces por el vestíbulo, dejando atrás un reguero de lágrimas de la pobre mujer. Sí, nuevo record.

Prisionera de Vlad SarkovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora