Volando en la inmensidad del cielo a velocidad de crucero, Sam estaba tan lejos del suelo que su mente había perdido cualquier límite racional. Nada frenaba ya sus pensamientos, por locos o retorcidos que fueran. Se sentía como una enajenada, de pies a cabeza. Tal vez todo lo vivido en los últimos meses por fin la había hecho perder la cordura, era imposible que estuviera bebiéndose una copa con su cantante favorito, y que ese ídolo del rock fuera un hombre que había muerto hacía diez años, una reverenda locura.
—¿Eres Maximov Sarkov?
Si hasta preguntarlo la desquiciaba. En vez de aprovechar el coqueteo del hombre y gozar de todo el placer que estaba dispuesto a entregarle, ella echaba a correr su mente detectivesca para sacar las más espeluznantes conclusiones. Maximov tenía el cabello castaño y ojos grises, muy diferentes de los celestes de Caín y de su pelo rubio. Pero había algo en él, lo mismo que creía recordar al ver las fotografías de Maximov, una sensación de familiaridad.
El hombre, a pocos centímetros de ella, alzó una ceja y sonrió. En su rostro angelical de rockstar, Sam vio la deslumbrante, cautivadora y hasta ahora única sonrisa torcida y demoniaca que creía era marca registrada de Vlad Sarkov.
—¡Oh, por Dios! ¡Por todos los dioses! ¡Por todos los putos dioses! Eres él, eres él, eres Maximov… —Sam se llevó las manos a la cara, impactada.
Esto era algo grande, tan grande como descubrir vida en otro planeta, o quién había sido Jack el destripador. Era una revelación divina, como ver el rostro de Dios. Le iba a dar algo, un infarto al corazón o al cerebro, lo que fuera más rápido y escandaloso.
—Yo no he dicho que lo sea.
—Eres él, estás vivo… esto es increíble… necesito aire… —Sam cogió una revista y se abanicó con ella.
Respirar, eso debía hacer. Lo que quedaba de su cerebro necesitaba oxígeno, mucho oxígeno para procesar lo que estaba pasando.
—Mi nombre real es Alex Smith, tengo mi identificación en alguna parte. Todas mis fans lo saben. Tal vez no eres tan fanática como pensé.
Eso sí que no, el muerto viviente no iba a insultar su orgullo de pecadora. Esas cosas se respetaban.
—¡Claro que lo soy! Y también soy muy buena recordando rostros. Eras tú en la lápida de Maximov Sarkov, eras tú jugando con la guitarrita de plástico en esa fotografía navideña. Todo calza, es aterrador… es perturbador…
Abanicarse no bastaba. Tomó la botella de whisky y se llenó el vaso. No lo cogió, se bebió lo que quedaba en la botella, así de mal estaba su cerebro.
—Fingiste tu muerte en el accidente y adquiriste otra identidad. Alex Smith no existe, todo es mentira. No te enseñó a tocar la guitarra tu padre, no componías canciones con tu hermana, no tienes ninguna hermana… ¡Jamás le cantaste a tu abuela con Alzheimer!
Esa era su parte favorita de la biografía de Caín, donde él hacía brotar las memorias perdidas de su abuela senil con sus hermosas composiciones acústicas, muy comunes al inicio de su carrera. Todo era una gran farsa, el corazón de pecadora le dolía.
—Supongamos que estás en lo cierto y que soy ese tal Maximov ¿Qué harás al respecto?
¿Qué hacer? Eso estaba más que claro. Había en el mundo alguien que odiaba las mentiras y ésta era la peor que le habían dicho, la madre de todas las mentiras.
—Irías a contarles ¿No? ¿Irías corriendo a decirle a los Sarkovs que el hijo pródigo sigue en este mundo? —Del compartimiento de la parte superior sacó un bolso. Buscaba algo en su interior—. No permitiré que lo arruines todo, Sam. No saldrás viva de este avión.
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Prisionera de Vlad Sarkov
RomanceCuando la joven Samantha Reyes llegó a trabajar como maestra particular del hijo menor de la acaudalada familia Sarkov, jamás imaginó que el excéntrico hermano mayor le hiciera las cosas tan difíciles, hasta el punto de convertirla en su prisionera...