Extra: Otro punto de vista

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—El año pasado, los índices de rentabilidad de las inversiones en el mercado extranjero superaron al promedio del último trienio en cinco puntos porcentuales, con un error de 0,0002. La capacidad de inversión, respecto a las cifras nacionales, ha ido al alza y se estima que para...

Sentado a la cabeza de la mesa de directivos, Vlad Sarkov parecía ser el más atento a lo que el relator de la junta decía. Llevaban allí dos horas, que no era nada comparado con otras reuniones que habían tenido. Se soltó el primer botón de la camisa y aflojó un poco la corbata. Tal vez algo iba mal con el aire acondicionado.

Elisa le dejó un vaso con agua. Estaba fría y refrescante, justo lo que él necesitaba. A veces creía que la mujer le leía la mente.

—Haré que revisen el aire acondicionado —le susurró ella, volviendo a su puesto en la esquina.

Qué eficiente asistente era, qué sospechosa le parecía a veces. Tan imperturbable y perfecta, tan aburrida. Miró por el gran ventanal de un costado. Las nubes cubrían el cielo, arremolinándose en la negrura a lo lejos. Debía estar muy fresco afuera. En cuanto la reunión terminó, salió del edificio.

—Señor Sarkov, ¿necesita algo? Yo lo haré por usted —le dijo uno de los guardias en la entrada, bloqueándole el paso.

—Necesito respirar ¿Lo harás por mí también?

El hombre, apenado, se hizo a un lado. Tanta eficiencia a veces era inaguantable.

Vlad no se equivocó. La brisa fría del exterior fue recibida con gusto por todo su acalorado cuerpo. Se estaba quemando, tal vez le daría gripe. Y sí, llovería. Olía la humedad del aire y el cielo sobre su cabeza se volvía cada vez más negro y tempestuoso.

—¿Eso es un pato? —se preguntó.

En el frontis de empresas Sarkov se habían construido unas fuentes, que bien podían ser lagunas, espejos de agua. Eran dos, a cada lado del camino de acceso. En el del lado este, un pequeño bulto nadaba en el agua.

Su teléfono vibró.

Markus: amo Vlad ¿dónde está?

Eso decía el texto. Si iba hacia arriba, todos los mensajes eran iguales. Su niñero, eso era el portentoso hombre.

Vlad: respirando. Déjame en paz por un momento.

Ahora había algo importante que hacer, tenía que averiguar si, en medio de una mega ciudad tan bulliciosa y carente de espacios naturales como en la que vivía, era posible que hubiese llegado un pato a nadar afuera de su empresa.

Fue hasta el supuesto pato y se agachó. El teléfono se le deslizó del bolsillo con facilidad y acabó sumergido en el agua mientras el bulto, que efectivamente era un pato, se alejó, espantado. El animalito no alzó el vuelo, permaneció allí, pese al ruido, al aire contaminado y a las moles de acero que se erigían donde una vez hubo sólo árboles, él seguía allí y si el pato podía, cómo no iba a hacerlo él, que era Vlad Sarkov y tenía tanto por descubrir antes de abandonarlo todo y huir a donde nadie pudiera encontrarlo nunca.

Cogió el teléfono arruinado y se levantó, todavía era temprano y tenía mucho que hacer, él... ¿Qué era lo que tenía que hacer? ¿Hacia dónde iba? Estuvo unos segundos intentando encontrar las respuestas en una cabeza que parecía haberse quedado en blanco de la nada. Miró para todos lados. No había nadie cerca salvo un pato. Una fina llovizna comenzó a caer y él no era un pato, de eso estaba seguro. Eso era lo único que sabía con certeza y no quería mojarse. Avanzó hasta el paradero de buses que había en la otra esquina, botó el teléfono descompuesto y subió al primero que pasó.

Prisionera de Vlad SarkovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora