—Amo… no tan fuerte.
—¿Por qué? No me digas que te dan miedo las alturas.
—No… lento es mejor.
Vlad mantuvo el lento vaivén del columpio, idéntico al que ella tenía antes de interrumpirla. Sí, era mejor, pudo comprobar, con todo el cuerpo de Sam al alcance de sus manos, rozando el suyo en cada lenta subida. Ella inhalaba a través de sus rojos labios entreabiertos y sus piernas seguían firmemente apretadas. Para Vlad era tan claro que estaba excitada como que el sol era amarillo.
—¿Te gustan mucho los columpios, Sam?
—Ella me recomendó una mecedora… pero sólo hallé esto.
—¿Ella? ¿De quién hablas?
—De la gurú del sexo, amo Vlad... —Soltó un gemido, su cabeza se inclinó hacia atrás y arqueó la espalda.
Vlad se apresuró a besarla, disfrutando de aquella exaltación que la hacía fluir como agua pura de manantial, como la lava ardiente que rebalsaba un cráter y se escurría por la ladera, quemándolo todo a su paso.
—Explícate, Sam. Dime qué pasa.
—Las bolas —jadeó ella—, estoy usando las bolas chinas.
Vlad se quedó sin aliento. El pequeño y tímido cervatillo que se retorcía sobre sus piernas se revelaba como un ser sensual y voluptuoso, de naturaleza clandestina y pasiones solapadas.
—¿Desde cuándo? —Fue lo primero que se le ocurrió preguntar.
Pensar se había vuelto una tarea sumamente ardua, así era cuando la sangre destinada a hacer funcionar el cerebro se dirigía con toda velocidad a la entrepierna.
—Unas … unas tres horas…
—¡Y yo aburriéndome en el campo de golf! Me hubieras invitado a juguetear contigo. Has estado aquí por tres horas gozando del placer sexual impúdicamente en el jardín de mi familia. Eres un monstruo, Sam. Un monstruo delicioso. —Volvió a besarla.
Consciente de lo que ocurría, cada balanceo se había vuelto un recorrido erótico dentro del cuerpo de Sam, tan sensible y exaltado. Aumentó levemente la velocidad. Sam se estremeció, presionándole la entrepierna. Sentía la erección de su jefe contra las nalgas.
—¿Cuántas veces te has corrido, Sam?
—N-No sé… más que la cantidad… es la duración, es como... como un estado orgásmico constante…
¿Existía algo así de maravilloso? Las mujeres eran muy afortunadas, pensó Vlad. Los orgasmos masculinos tenían una duración muy breve, sin mencionar el tiempo que debían tomarse entre una erección y la siguiente. Las mujeres superaban las barreras del espacio-tiempo en temas sexuales.
—Dime cómo se siente, Sam. Descríbeme tus sensaciones.
—Es… es como si algo me presionara desde dentro y se estuviera inflamando y fuera a explotar dentro de mí… Arde, mi interior se siente en llamas… y me quita el aliento…
—Oh, Sam... se oye como una tortura.
—Sí, pero… quiero ser una estudiante destacada…
Vlad ya no pudo más. Sam dominaba algún arte oscuro de seducción del que no era consciente, lo volvía loco y a su cuerpo también. La llevó a la mansión. Nunca antes le pareció que su habitación estuviera tan lejos, sobre todo con Sam pidiéndole que no fueran tan rápido. Cómo no ir rápido si tenía un misil intercontinental luchando por salir de su pantalón.
—Esto es… tan vergonzoso —se quejó ella cuando su jefe pidió ser quien le sacara las bolas.
A la exquisita tortura de las esferas en su interior, se sumó el dedo intrusivo del hombre, hurgando y jalando. La sensación era abrumadora y sus gritos y gemidos inundaron la habitación y los solitarios pasillos del tercer piso.
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Prisionera de Vlad Sarkov
Roman d'amourCuando la joven Samantha Reyes llegó a trabajar como maestra particular del hijo menor de la acaudalada familia Sarkov, jamás imaginó que el excéntrico hermano mayor le hiciera las cosas tan difíciles, hasta el punto de convertirla en su prisionera...