CXIV Salvación

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Los minutos que les había tomado llegar al sitio en que estaban Sam y Maximov se le habían hecho eternos. Para Vlad, el tiempo se había detenido por instantes cuando vio el mal encarnado en los ojos de una joven mujer, que había amado desde los doce años, que veía a diario en su empresa y a quien no conocía en lo absoluto.

Y ahora, en la tenue oscuridad del silo, el tiempo volvió a detenerse cuando vio los brillantes y atemorizados ojos de Sam, encogida y temblando en el suelo.

En el acogedor silencio que había empezado a habitar en su dormitorio, Vlad observaba a Sam dormir. Le tenía la mano apoyada en la cintura y se mantenía a la distancia suficiente para tener una buena vista de su rostro. Ella había aceptado ser su novia secreta y seguía a su lado pese a que él vivía en el mismísimo infierno.

Sam dormía con la pacífica serenidad de un ángel. Le gustaba verla así, esa serenidad se le contagiaba, pero sólo un poco. En el fondo de su vientre surgía el oscuro deseo de despertarla. Sin ninguna razón, sólo arrebatarle esa serenidad, verla desorientada, que no supiera lo que había ocurrido, que se preguntara por qué había despertado de repente si él seguía dormido. Imaginarla así lo saciaba lo suficiente como para no despertarla.

La envidiable serenidad se irrumpió naturalmente cuando ella frunció el ceño. Le siguió un quejido y para Vlad fue la excusa perfecta. Se pegó a ella, la aferró con firmeza.

—Tranquila, Sam. Todo está bien, despiértate. —Le besó la frente, la mejilla y los labios hasta que ella abrió los ojos.

Sam inhaló profundamente, mirando con sus enormes ojos en todas direcciones. Se llevó una mano al pecho y suspiró.

—¿Tuviste una pesadilla? —le preguntó él.

—Sí... ¿Estaba gritando? ¿Te desperté?

—Casi me dejas sordo, Sam. Ahora no podré dormir y mañana tengo una reunión importante. ¿Cómo me lo compensarás? —Atrajo su cadera, provocando un agradable roce que a Sam le arrancó otro suspiro.

—Si hacemos eso, mañana estarás cansado.

Vlad rio a carcajadas. Ella olvidaba que para eso él tenía baterías recargables. Se recargaban con la fricción, con la tibieza del cuerpo de Sam y con su suave humedad. Era ella la que luego no podría ni caminar.

—Bien, entonces hablemos. Quiero conocerte más —dijo Vlad.

¿Más? El perverso hombre la conocía tan bien por fuera como por dentro. Mucho más por dentro, supuso ella.

—¿Quieres saber cuál es mi color favorito? —preguntó con diversión.

—No. Quiero saber ¿cuándo has estado más asustada y qué te asustó?

No podía esperar menos de él y su malicia. Sam rememoró y clasificó sus recuerdos según el nivel de miedo. Últimamente había bastante material.

La voz de su amada madre le dio la respuesta.

—Sam, amor, ya llegamos —le había dicho ella.

La pequeña Sam de diez años, somnolienta, salió de debajo de la manta que la cubría en el asiento trasero y bajó del auto. Era el día de excursión en el bosque, un día para compartir en familia. Ellos no eran los únicos allí, todos los empleados de los hoteles Reyes-Vidaurre estaban invitados.

—Sam, ve a jugar con tu amiguito, el hijo de Avilez —dijo su padre, mirando en los alrededores en busca del mejor lugar para tomar la fotografía del equipo este año.

Prisionera de Vlad SarkovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora