XXIX El padre del demonio

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Samantha se llevó una mano a la boca. Los gemidos eran incontenibles y no quería que la escucharan. Justo con la alarma había comenzado el ataque mañanero de su jefe. Las manos que iban por todas partes, los besos húmedos y hambrientos, la firmeza innecesaria en las zonas lesionadas eran un cóctel frenético que la hacía estremecerse. Dolía tanto ¿Sería igual de doloroso si no estuviera tan herida? ¡No¡ Aquel pensamiento sólo le traería problemas. No podía ni siquiera imaginar que esta situación se prolongara en el futuro más allá de una semana, no aguantaría tanto, la pasión desbordada de su salvaje jefe acabaría lisiándola.

Por fin la tortura acabó. La presión en su cuerpo se alivianó y dejó de ser acosado por la lujuria inesperada de Vlad Sarkov. Él se dejó caer sobre su torso, apoyándole la cabeza en el hombro bueno, aunque de bueno ya no le quedara mucho. Ella permaneció inmóvil, recuperándose de los espasmos que la recorrían de pies a cabeza. Los dolores se adormecían luego del sexo, pero tenían un sueño muy ligero.

—¡Un yate con quince mujeres! —exhaló Vlad, riéndose.

—¿Planea irse de vacaciones? —preguntó Samantha, creyendo que el hombre confesaba algún deseo oculto.

Él negó y ella se entristeció.

—Es mi padre. Siempre ha creído que soy homosexual.

Samantha rio. Ciertamente en aquella familia faltaba comunicación.

—¿Nunca ha conocido a sus novias?

—Nunca he tenido una novia.

Una confesión inesperada.

No.

No tenía nada de inesperada. Para qué necesitaría una novia si podía satisfacer sus deseos sexuales con sus pobres sirvientas. Y de amor ni hablar, los demonios no necesitaban amar a nadie.

—¿No ha hablado del tema con él?

—¿Para qué? Es libre de pensar lo que se le antoje. Además, en algo tiene razón, las mujeres no me interesan.

Samantha tenía una belleza discreta, curvas sutiles, busto pequeño, caderas anchas, pero no tanto como para voltearse a mirarla por la calle si se la veía en ropas ajustadas. Sus facciones eran finas, labios bien formados, mentón pequeño y mejillas pálidas. Le gustaban sus pestañas, que no eran muy largas, pero poseían una curvatura natural que la liberaba de encrespárselas y había recibido algunos halagos por sus ojos verdes. Quizás no ganaría un concurso de belleza, pero no era fea. Mucho menos alguien podría confundirla con un hombre. Ella era una mujer, no había duda de eso.

Pero a su jefe no le interesaban las mujeres.

La cabeza le dio vueltas.

—Usted es un hombre soltero, amo, pero yo tengo un novio. Si se entera de esto…

—Él se fue, Sam y ni siquiera se despidió de ti. Tal vez no vuelva. En caso de que lo haga, si todavía le importas, que venga a hablar conmigo.

Eso ni pensarlo. Quién sabía qué cosa monstruosa sería capaz de hacerle el demonio al ángel de Julian. El plan de tener un novio había fallado y terminado de la peor manera para el inocente hombre. Era mejor olvidarlo y tratar de salvarse sola.

〜✿〜


Contra todo pronóstico y, pese al lujuriosamente brutal trato que le proporcionaba Vlad Sarkov, por la tarde Samantha se sintió mucho mejor. Salió de la cama y fue capaz de andar por la mansión hasta la residencia de las sirvientas. Se dio un baño y cambió de ropas. Luego dio un paseo por los jardines, respirando el aire puro. Caminaba por el sendero que comenzaba en la puerta trasera y se internaba hacia el boscoso paisaje, mirando la plantas a su alrededor. Arbustos, matorrales, cactáceas diversas, enredaderas; ninguna planta con flores. Hasta ahora no lo había notado y eso que habitualmente recorría el lugar. No había ninguna flor en todo el jardín de los Sarkovs.

No se rindió ante la abrumadora idea y siguió buscando. Recordaba haber visto un rosal hacia el norte, cerca del pozo. Había un pozo en desuso, que conservaban como una antigüedad y frente al que había una pérgola de madera. Allí lo vio, efectivamente era un rosal, reconoció por las hojas pequeñas y de borde aserrado. Tuvo suerte y encontró a un jardinero que se encargaba de podarlo.

Se acercó al hombre con el fin de preguntarle. Se detuvo a pocos pasos, incapaz de formular palabra. Con unas enormes tijeras él cortaba, no las ramas secas, no las que crecían fuera de la forma y contorno deseado, no las que estuvieran infestadas por hongos o debilitarán a la planta, él cortaba los botones. Segaba los capullos que acabarían por volverse flores al desplegarse, amputando la colorida belleza de las plantas. No había flores porque el jardinero las eliminaba como si fueran una plaga.

—¿Por qué hace eso?

El hombre se volvió a mirarla brevemente.

—Yo no cuestiono su trabajo, no cuestione usted el mío.

Con el corazón bombeando pura angustia, Sam se fue de regreso a la casa. Quizás era mejor que no se enterara de más, así nadie la mataría por saber demasiado, pero cómo evitarlo si era tan curiosa. Y la información era poder, bien lo sabía, y poder era lo que le faltaba para escapar. Siguió caminando a paso rápido hasta que se encontró frente a un hombre que no había visto antes. No era de la servidumbre y tenía la misma mirada fiera que había visto en Vlad en más de alguna ocasión.

—¿Quién eres tú? —le preguntó el hombre, viéndola de pies a cabeza.

Debido a la licencia médica, Sam no llevaba su traje de sirvienta, sino su ropa del día a día, un vestido holgado que le llegaba unos dos centímetros sobre la rodilla. Era una prenda fina, ella acostumbraba a vestir bien y, aunque hubiera preferido llevar un pantalón para ocultar sus moretones, ponerse un vestido usando sólo un brazo era más sencillo.

—Samantha, señor. Trabajo aquí como sirvienta —dijo, bajando la mirada.

El hombre le cogió el mentón hasta hacer contacto visual con ella. La mano le temblaba y le hizo temblar también el mentón. Le castañearon los dientes.

—¿Ah sí? Entonces sírveme.

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Vlad dice que no le interesan las mujeres 😂

¿Qué querrá el suegro con Samantha? 😱

¡Gracias por leer!

Prisionera de Vlad SarkovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora