—Me llamo Samantha, pero puedes llamarme Sam —se presentó ella, con una radiante sonrisa.
—No voy a llamarte de ningún modo. Vete y no vuelvas, no quiero tener problemas en mi trabajo por tu culpa.
—Yo no quiero causarte problemas, todo lo contrario. Puedes contar conmigo si necesitas algo, lo que sea. Considérame tu aliada. —Se bajó de la mesa y caminó hacia la puerta—. ¿Puedo invitarte a cenar?
—No.
Se lo ponía difícil, pensaba Sam, caminando de regreso al hotel. La opción de secuestrarlo era bastante atractiva, no podía negarlo, pero seguía siendo la última. Contarle la verdad y decirle quién era también estaba por el final. Temía que él no se lo tomara bien y escapara. Podía ser alguien más, pero en esencia seguía siendo el mismo y Vlad Sarkov era el hombre más desconfiado que había conocido. Decidió que seguiría con el plan de acercamiento que tenía hasta ahora.
El encargado del restaurante había dicho que Vlad era el último en dejar el trabajo, así que Sam regresó por la noche. Esta vez estuvo observando a una distancia prudente. La playa empezó a vaciarse. Muchos de los visitantes se iba camino a su hotel. Pronto llegaron otros, más jóvenes, buscando fiesta. Las luces que rodeaban al restaurante iluminaron la noche y la música no se hizo esperar. Vlad iba y venía cargando bandejas con bebidas alcohólicas. Debía llevar unas doce horas de trabajo continuado que ni mella habían hecho en su apariencia y rendimiento. Nunca lo vio dormir mucho tampoco y eran contadas las veces en que lucía afectado por algo. Era un monstruo inagotable.
Sam avanzó por entre las personas que bailaban. El lugar que antes estaba lleno de mesas se había convertido en pista de baile. Fue hasta la barra cuando lo vio cambiar de lugar con otro trabajador. Se quedó preparando cócteles.
Rodó los ojos cuando la vio llegar.
—Hola —saludó Sam, tomando asiento frente a él.
Limpiaba unos vasos.
—¿Qué quieres?
—Sexo en la playa.
El vaso que limpiaba se le cayó. Sam sonrió, disfrutando de la perplejidad de su expresión. Verlo nervioso y turbado era como ver una estrella fugaz.
—Si no sabes, yo puedo enseñarte cómo se hace —agregó ella.
Su mirada perversa era un fiel reflejo de la que otrora fuera marca personal de Vlad. Era un excelente aprendiz.
—¿Qué es lo que pretendes? Eres una mujer muy molesta.
—¿Por qué? ¿Por querer beber un cóctel? —preguntó, fingiendo inocencia—. Lleva vodka, licor de melocotón, jugo de piña, de arándanos, hielo… ¿O es que estabas pensando en otra cosa?
Vlad bufó, buscando la pala y la escoba para recoger los restos de vidrio. Acabó de limpiar, se lavó las manos y volvió con Sam.
—Dijiste vodka, licor de melocotón ¿Qué más? —Puso unas botellas sobre la barra.
—Olvídalo, ya no quiero. Tienes una muy mala actitud con las clientas. Espero que no sea algo personal.
—¿Vas a pedir algo?
"Que me llames ama", pensó Sam, riendo para sí. Había mucho potencial en la actual situación. Su lado perverso estaba despertando con fuerza y estaba hambriento. Por primera vez sentía que podría experimentar estar en el lugar de Vlad. La dominación se había vuelto tan sensual ante sus ojos. El deseo de someterlo amenazaba con nublarle la cabeza.
—Una cerveza, bien fría, por favor.
Vlad se la sirvió y pidió cambiar con otro empleado. Se fue a la caja, muy lejos de ella.
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Prisionera de Vlad Sarkov
Roman d'amourCuando la joven Samantha Reyes llegó a trabajar como maestra particular del hijo menor de la acaudalada familia Sarkov, jamás imaginó que el excéntrico hermano mayor le hiciera las cosas tan difíciles, hasta el punto de convertirla en su prisionera...